11 de diciembre de 2010

Fe

Las calles se llenaron de murmullos, los cuales flotaban en el aire antes de desvanecerse en los oídos de la multitud. No importaba el calor, el hambre, la sed. Solamente los niños, cargados en los brazos de las madres, tapados con una gorra o un periódico, parecían estar vivos. Plañideros como al salir del vientre, respiraban con dificultad y se unían en un concierto de gritos aislados. Los adultos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, exhibían sus rostros de respeto, tratando de emular a las estatuas en su solemnidad, aunque sus pasos (débiles y difíciles) delataran su diferencia con respecto a los árboles y casas que dejaban atrás. 

Cada una de las personas de la procesión sabía exactamente su papel, el cual habían representado por largos años. Repetían una y otra vez frases que buscaban elevarse a los cielos, saludar a los hombres santos, mostrarles que ellos también sabían de piedad, obediencia y sobre todo de arrepentimiento. A ratos se escuchaban gritos que buscaban animar los cuerpos agotados, que salían del sopor de las oraciones para dar sentidas Gracias a la Virgen, denotar un cariño inmenso y un amor supraterrenal. 

En esos momentos, los pocos automovilistas que pasaban a su lado, se mostraban sorprendidos de su marcha, como águilas que merodean en el desierto y advierten la presencia de caravanas diminutas, extrañas, arrojadas a un ambiente hostil del que no pueden tener motivos o garantías. "¿Qué hacen esas figuras en medio de la calle? ¿Qué buscan, qué las mueve?", se preguntan los conductores desde el interior de sus caparazones relucientes sin encontrar respuesta. 

Rostros hoscos, compasivos, indiferentes, cariñosos o fervientes: los curiosos se detienen a mostrarles el crisol de reacciones que anida en cada uno de ellos, marcados por una educación distinta, similar, ambigua, transgresora o conciliadora. Permiten el paso a regañadientes, algunos quisieran abandonar sus ocupaciones actuales para seguirlos, otros simplemente se comportan con el guión de la urbanidad y el respeto.

El espectáculo de los estandartes, de las banderas, de las imágenes, de las voces y caracteres humanos, impera en la ciudad un día cada año. Su origen, como el de todas las demostraciones de fe que existen en cada pueblo, en cada cultura, se remite a los tiempos primigenios sorteando obstáculos imprevisibles. Algunas perduran entre la pompa y el festejo, otras se ocultan en cavernas oscuras so pena de ser completamente exterminadas. Todas ellas tratando de tender puentes a lo inefable, nutriéndose de una dimensión que los trasciende y a la cual muestran su condición de vulnerables. Por instantes, sienten que su existencia y la de los suyos en el universo, está de alguna manera justificada. 

18 de noviembre de 2010

Impasse

¿Cuándo vendrá y caerá sobre mí la lluvia que prometieron sus ojos?

14 de octubre de 2010

Sinsentido No. 7

Que absurdo reencuentro el que nos hemos preparado esta tarde
tú y yo, después de tanto tiempo de ausencia
Que absurda esta espera en el andén
este buscar tu rostro entre la gente, cuando arriba el tren a la estación
Que absurdo este alúd de recuerdos
que se avalanzan sobre mí todavía, precipitándome a la desesperanza
Que absurdas las distracciones que trato de crearme
con el propósito de no volver a pensar en cualquier cosa que lleve tu nombre
Que absurdo me veo, así de pie, bajo los anuncios
a merced de un sinnúmero de tics nerviosos que me invaden en este tiempo muerto
Que absurda tu tardanza, que emula nuestras antiguas citas
envías a los minutos como emisarios, desdeñosa, antes de llegar
Que absurdo, e innecesario gasto de ensayos de reencuentro
que preparo mientras llegas, los cuales se desbaratan como papel en el agua apenas los imagino
Que absurda la trivialidad de la que se componen las cosas
los viajes, los pasajeros, los motivos... nada es importante mientras esté sujeto al fluir del tiempo.



28 de septiembre de 2010

Es común la idea, de que si estuviésemos entre las nubes, sería como estar entre algodones; cuando en realidad allá arriba todo está frío como una tumba. 

18 de septiembre de 2010

Nihil novum sub sole

En México (porque no puedo hablar de lo que se vive en otros países)los días festivos llenan los calendarios de todos los habitantes. Ya sea por un cumpleaños, el aniversario de un acontecimiento cívico o por una fecha religiosa. Si juntáramos todos estos feriados, uno tras de otro, formaríamos unas vacaciones del tamaño de un trimestre, así de fácil. El festejo del Bicentenario de la Independencia ha pasado, no así el maravilloso puente de días inhábiles que decretó el gobierno de México. Cinco días, para ser exactos, del 15 de septiembre al 19. Cierto que no todos los mexicanos harán uso de este descanso, en especial los que trabajan en negocios particulares (no burócratas o empleados de alguna empresa), pero pues en la mayor parte de la Ciudad de México, por citar una parte representativa del país, se percibe una atmósfera de haraganería y tedio que se manifiesta especialmente en las calles. La gente se resiste a volver a su ritmo de vida diario, a sus problemas y preocupaciones cotidianas, mas el cielo lleno de nubes, ausente de sol y con sus lloviznas periódicas nos obliga a pensar una vez más en la melancolía de los trabajos y los días. La mayoría de nosotros no deja de pensar, y ahora ¿qué sigue? El gobierno ha derrochado en un evento que no se volverá a repetir en mucho tiempo, el cual sirvió para recordar que "debemos estar orgullosos de ser mexicanos" y celebrar que tenemos "doscientos años de vivir en un país libre"; de ver en todos lados caras de héroes nacionales, de banderas, símbolos y publicidad creada ex-profeso para ensalzar la identidad nacional; de escuchar y ver en todos lados noticias, información, discursos, imágenes y más sobre esa entidad enorme llamada México. Y, ¿ahora qué? Tender un puente (este de días normales sin nada esplendoroso que celebrar) que nos conecte con otro punto remarcado con color rojo en los calendarios, para así descansar un poco de cualquier cosa y celebrar un mucho de algo en específico (¿Día de muertos? ¿El Centenario de la Revolución? ¿Navidad?). Llenar los huecos grises que no quedan registrados en viajes, eventos familiares o convivencias multitudinarias es, después de todo, mucho de lo que hacemos en nuestra vida.

10 de septiembre de 2010

El libro blanco

Mi padre me compró un cuaderno a los cuatro años, y ahí comencé a escribir acerca de todo. De lo nada o poco relevante; de lo que creí importante o simplemente lo que observaba. Más mi propio carácter o mi naturaleza me definió en lo que muchos podrían considerar una manía obsesiva, cuestión que yo dejaré puesta en la mesa para que alguien más que le interese hacerlo la analice. Me limitaré a contarles mi punto de vista, quizás para muchos el menos objetivo.

Seguí comprando cuadernos. Elegía aquellos de cuadros chicos, nunca de raya. Tal vez por tener la seguridad de situarme en un espacio o por la manía de no irme chueco en el plano vertical de la escritura.
Durante toda mi vida siempre tuve un bendito cuaderno a mi lado. Escribía casi todos los días y era parte importante de mi vida. En mi temprana adolescencia ya había escrito más de lo que muchos escribirán en toda su vida. No me pregunten el destino final de los primeros cuadernos, los que corresponden al desarrollo de mi
infancia, ya que ni yo mismo sé ahora donde se encuentran. Nunca me preocupé por saberlo. Quizás mi madre al ver que se acumulaban decidió comenzar a tirarlos antes de arrumbar “basura” en mi habitación.

No me importaba ese pasado de escritura irrelevantes o poco apreciadas por el mundo que no era yo. Simplemente seguía y seguía escribiendo. Era un frío, un metodista. Solo le otorgaba valor y cuidado al cuaderno en turno, y cuando se terminaba su vida útil lo abandonaba a su suerte y me hacia de otro ejemplar.
Solo escribía. Escribía cuando llovía, escribía cuando asoleaba en el patio y escribía en el verano y en invierno.

Pronto descubrí que escribiría toda mi vida, y me sucedió una extraña mezcolanza de sentimientos dentro de mí que no supe comprender. Sentí solamente una ansiedad y un temor, luego una especie de vértigo. A la mañana siguiente a ese día aciago desperté sin ese cúmulo de sensaciones. Lentamente me incorporé en la silla de mi escritorio y me senté, para comenzar a escribir. Llovía afuera. Las gotas se agolpaban sobre el vidrio opaco de mi habitación. Sentía ganas de salir pero mi naturaleza pudo más y me quedé a anotar algunas cosas que se me habían ocurrido en el sueño de la noche anterior. Permanecí en un estado de furor y exaltación toda la mañana, y me olvidé de la hora.

Salí esa noche a caminar un rato, a sentir la humedad aún presente de la lluvia evaporada de a poco sobre las calles. Me sentía con las mejillas heladas y con sudor en las manos.
No pude más. A los pocos minutos volví a mi habitación. Todo estaba como al principio de ese día, cuando me hube despertado. El reloj despertador gris y hosco sobre la cabecera de mi cama, marcando ineluctablemente las horas que siempre ignoraba.
Las cobijas y las sábanas apenas extendidas para guardar la estética y el arreglo de la cama, más por propio compromiso que por convicción. Los estantes vacíos. El escritorio igual de escueto. Y sobre él el ejemplar en turno, mi cuaderno de pasta marrón cerrado y con la pluma estilográfica a un lado.

Me senté. Sabía que escribir. Después de toda una vida (en ese momento el escribir había sido toda mi vida) sabía que hacer y como hacerlo. Sabía las palabras exactas que describirían lo que yo quería decir antes de que llegara ahí. Incluso tenía en mis manos el estilo y el ritmo exacto, listo para quedar materializado en las
hojas cuadriculadas del cuaderno.
La ansiedad
volvió. Me estremecí repentinamente sin saber porque. No quise prestar
importancia y de nueva cuenta abrí el cuaderno, como tantas otras veces lo había
hecho con los que le habían precedido en existencia.
Mi sobresalto no
era el del novelista maduro que no sabe como terminar su historia, o como el
novato que tiene pavor a la página blanca que da nombre al síndrome tan
acostumbrado en los que se inician. Tampoco era el sobresaltado júbilo de quien
ha encontrado las palabras exactas para terminar su obra cumbre o su trabajo
más realizado o cuidado. Era diferente.
Sentí una
incertidumbre tal que no supe explicar, que es más, nunca había sentido en mi
vida.
Mi corazón me
dio un vuelco cuando contemplé la hoja en donde había de continuar mi relato.
Desde niño había
escrito. De la naturaleza, de mí, de mis padres. De lo que veía en televisión.
Luego comencé desmenuzando la existencia oculta de los que aún vivíamos, de lo
que seríamos todos. Me volví un macabro profeta que domina su arte, a saber el
de las palabras. No me faltaban razones para creer que mi vida sería escribir y
que el escribir era mi vida.
Me levanté.
En el cuaderno
yacía lo que había escrito desde siempre, en silencio. Esto es, lo que había
vivido. Una misma sentencia, infinidad de veces repetida: “La inquietud no
desaparece”.
2008

26 de agosto de 2010

Qwertyasdf...

A veces se me sale de las manos sin darme cuenta. Es una palabra pequeña, insignificante, que no amenaza con lastimar a nadie ni a nada en el mundo. Si no tuviera un sonido, una forma, pasaría por un fantasma. Tan invisible es que me olvido de ella aún cuando permanece por horas, flotando en la habitación, entre los muebles de colores apagados y llenos de polvo. 

Es una suerte que sobreviva el tiempo suficiente como para que la escuches. Llegas muy cansada del trabajo, pidiendo esquina, a veces vociferas en contra de todo el mundo y me miras con unos ojos color catálogo funerario. No importa. Sentada en el sillón, derrotada por tus propias palabras, adviertes la presencia de la pequeña, que se te acerca con la cabeza agachada sin pedir nada. 

De pronto algo en la casa cambia. No son mis ideas, mis miedos o mis errores. No hay más alegría que la que nos compramos diario ni menos tristeza que la que adeudamos desde hace tantos meses y por la que estamos a punto de que nos quiten nuestros rostros. El departamento sigue igual de sucio, pequeño y oscuro. 

¿Qué es entonces? Sabes lo que es. Sueltas la carcajada, aflojas el cuerpo y te olvidas del mundo. No me dirás. Y la palabrita se extinguió hace unos cuantos minutos. Así, simplemente desapareció. Pudo evaporarse, disolverse, etc. Me siento utilizado. ¿Habré de amenzarte otra vez? No servirá de nada. El concierto de tu delirio termina y como si nada hubiera pasado te marchas en silencio a tu habitación. 

Me quedo en una posición ridícula, de pie frente a la puerta. Es como si estuviera desocupado, desocupado de todo, hueco e inútil. ¿Dejar escapar más palabritas aldrede para ver si se repite el extraño fenómeno? Intento, total que puedo perder. La boca se me traba, salen sólo sonidos guturales, chillidos y onomatopeyas. 

A la media hora esto se ha convertido en un caos. Hiciste bien en encerrarte, porque acá afuera se llena la casa de puras palabras nacidas a medias. Como si se tratara de una venganza, por traerlas al mundo incompletas, tullidas, cercenadas, deformes, se ponen a dar vueltas armando escándalo. ¿Abrir las ventanas, la puerta, para que salgan las malditas? Ya lo intenté. Pero si cuentas con nociones elementales de física y acústica sabrás que es inútil. 

Derrotado elijo la esquina de la alcoba para sentarme. No hay espacio, así que es buen lugar para dormirme en cuanto pienso que hacer. Quizás salgas pronto, impulsada por una emoción extraña. Quizás no. Abro las manos para ver si todavía quedan palabras por salir, pero no. Han salido todas de golpe.

7 de agosto de 2010

Time after time...

Este destierro de la razón me sienta bien, abandonarse a las playas del caos me permite recordar todo lo que eres y que no se sujeta a las definiciones, a las palabras. Como una canción de jazz, que en cada interpretación arroja algo distinto, pero que en todo caso se eleva hasta perderse en el horizonte. Apresarte, ¿para qué apresarte? Deja que el tiempo te analice, con su rostro de titán sin saber lo que significas. A mí me basta con cerrar los ojos y escucharte.



3 de agosto de 2010

Júrame...

Que importa que estemos ahogados bajo toneladas de agua, en el fondo de los mares; que nuestros fantasmas se pudran en las paradas de autobuses junto con ramos de flores marchitas,  salpicados por autos último modelo cuya música habla de lascivia y deseo; que los discos LP que escuchamos con fervor acompañados de recuerdos de mujeres, de retratos en blanco y negro perfumados, de suspiros y de sueños  poéticos, que las cartas con caligrafía preciosista, estén todos hechos polvo desde hace mucho tiempo.  Que la estrategia de la conquista con sus galanteos, poemas puros e invitaciones a los parques... esté sólo en libros que estudian los filólogos... Que me importa que el romaticismo y los románticos hayamos muerto hace siglos, que la era de la rapidez y lo superficial nos hayan dado el tiro de gracia... no podía dejar de postear esta bellísima canción. Júrame...




Definición n° 5

Enamorado: Dícese de aquél que todavía conserva el apetito por las cosas triviales y los días cotidianos debido a una fijación con respecto a otra persona. P. Ej.: A Matías no le importa tener que asistir al trabajo de lunes a sábado porque esta enamorado de Celeste. || Que ha visto la realidad tal y como es pero que  aún así ya puede morir satisfecho.  Fam.: Loco, hereje, pleno, caoticófilo.

Había una vez un "yo" cinéfilo...

Hace unos pocos días volví a comprar películas del tipo que llaman "cine de autor": "Vertigo", de Alfred Hitchocock, la más celebrada por sus críticos y con una trama desconcertante; "Nostalgia", del que considero el cineasta más poético de todos los tiempos y uno de mis favoritos: Andrei Tarkovsky y "Sed de mal", de Orson Welles quien revolucionó la forma de hacer cine con su "Ciudadano Kane". 

Lo anterior no tendría nada de importante de no ser porque ya tenía algo de tiempo en que no adquiría este tipo de películas, de las cuales soy un adicto. Aunque no presumo de saber de cine, la verdad es que en los últimos dos años me ha entrado la inquietud y la curiosidad por ver todo tipo de cine de calidad, llámese cine de arte, cine de autor, cine de culto, etc, etc. 

Me confieso adicto porque hubo una época en que compraba hasta cuatro películas por semana, época que por diversas cuestiones ya llegó a su fin. Con el tiempo me fuí diversificando: no sólo compraba películas sino que cuando podía iba a la Cineteca Nacional que está por Coyoacán o de plano descargaba títulos por internet a diestra y siniestra. 

Fiel a mi costumbre de quererlo todo en el menor tiempo posible, algo así como volverme una enciclopedia cinematográfica andante, sólo que prescindiendo de la erudición con que muchos se pavonean ante los demás, veía todo tipo de cine: italiano, francés, americano, alemán, oriental, latino, etc. Todo tipo de directores: Fellini, Hitchcock, Kurosawa, Bergman, Truffaut, De Sicca, Wenders, Jarmusch y todo tipo de épocas: cine mudo, contemporáneo, neorrealismo italiano, de la posguerra, etc. 

Hablo en pasado porque ya tiene tiempo que no veo mucho cine. Eso aunado a la descompostura de mi computadora recién unas semanas, me arrojó a un periodo de vacaciones cinematográficas inusual en mí. Pero esta inquietud de cine no meramente comercial no se limita a la mera visión, sino que siempre me ha gustado platicar sobre títulos de cine con mis conocidos y amigos, hacer reseñas (como ya se habrán dado cuenta en este blog) y conocer todo lo que hay detrás de este llamado "séptimo arte". 

Como parte de todo esto, es que abrí un grupo en una red social en que se discutiría sobre películas recientes y antiguas para darlas a conocer entre los miembros y así conocer y compartir nuestros gustos. Desafortunadamente no prosperó, y curiosamente, dado que soy muy insistente en cuanto a mis obsesiones, es que meses después he abierto un grupo que tratará de abordar lo mismo, sólo que en otra red social y con más empeño y optimismo. 

No se culpen a las vacaciones por hacerme abrir blogs nuevos y espacios diversos sobre diversos temas. Es algo inevitable y que no puedo parar, jajaja. Para los interesados en unirse al proyecto de un servidor, y así compartir las películas que han marcado su vida que quieren que otros disfruten y conozcan, pueden unirse al grupo, sólo envíenme un correo para que les mande la invitación. Eso si, es necesario que tengan una cuenta en la famosa red social de la "F" para que puedan pertenecer a él.

27 de julio de 2010

Lluvia

Los niños no lo vieron hasta que cayo al piso. Y eso porque escucharon el ruido que hizo contra el pavimento mojado de la avenida. Gente que corría de un lado a otro para protegerse de la lluvia, autos esquivos que salpicaban los charcos que se formaban sobre la superficie gris hacia las aceras.

Arriesgándose a un regaño de su madre, que discutía con la dependienta de la tienda de abarrotes, corrieron para ayudar al hombre que permanecía inmóvil sobre el asfalto. Al acercarse notaron algo extraño, que confirmaron días después en un noticiero nocturno.

Su piel, pálida como la luna, expelía un extraño vapor que ascendía poco a poco, confundiéndose en una primera instancia con el vaho. Su atuendo era común: una chamarra de un equipo deportivo, pantalones de mezclilla y zapatos deportivos. Sus ojos abiertos bullían, como si fueran huevos sobre un sartén calentados al fuego.

Las gotas de lluvia no resbalaban sobre su rostro, sino que parecían atravesarlo como proyectiles disparados desde el cielo, sólo que con suavidad, ninguna violencia había que se notara. Asustados, sin ninguna respuesta ni intenciones de saber que sucedía, los pequeños hermanos corrieron al resguardo de la madre.

"¡Mamá, mamá!", le gritaron en cuanto la tuvieron al alcance de la mano. "¡Ese señor, ese señor tiene algo raro, ven a ver!" Pero sus gritos no encontraron respuesta. La mujer no veía nada. Tampoco pudieron dar respuestas los del noticiero, sólo atinaron a señalar sobre una "horrenda silueta parecida a la de un cuerpo dibujada sobre una avenida de la colonia M., que despedía un olor parecido al azufre y de la cual quedaban todavía rastros como de gelatina gris que conforme pasaba el tiempo se iba derritiendo".

 No supieron nunca que aquel era uno de los últimos ejemplares de su especie, ni más ni menos que un Vampiro de lluvia, los cuales a diferencia de sus primos los vampiros comunes pueden salir a la calle a plena luz del sol, siempre y cuando no llueva.

Pero a pesar de todo a mí me queda la incógnita: ¿Acaso fue un sucidio, un descuido mortal de un Nosferatu que no pudo resguardarse a tiempo o un homicidio muy bien ejecutado? Quizás en esta historia eso sea lo menos importante.

22 de julio de 2010

Apología personal Nº 37

Las opiniones personales de un servidor no son muy frecuentes en este blog. No porque no las tenga, ya que eso sería una mentira total. La razón es que he pretendido enfocarme en inquietudes un poco imaginativas y ficticias más que en una discusión crítica de temas actuales.

No me han faltado ganas de hablar de ciertas impresiones propias acerca de, por ejemplo, el terremoto en Haití, el desastre ecológico causado por la explosión de la plataforma petrolera Deepwater Horizon en el Golfo de México, la situación actual de México en cuanto a política y sociedad se refiere (o sea, a puras malas noticias), etc, etc.

Además de mi pretendida intención de seguir una línea específica tenía intenciones de abarcar esta vertiente un poco más "seria" y "práctica" en otro espacio. Abrí así un blog en donde hacer todo esto, pero como soy una persona que nunca termina todo lo que inicia y de mente inquieta, pues hasta la fecha no he escrito nada en ese blog.

Temas no faltan, como ya dije, tampoco ganas. Mi defecto de enfocarme en muchas cosas a la vez y ser inconsistente lo sortearía de no ser por otra cuestión extra: mi continua exigencia en grado alto por lo que escribo. Esto es que siempre que quiero dar a conocer algo en la red pienso en hacerlo con buenos contenidos.

Si lo logro o no ya es cosa que no me compete a mi decirlo, pero el punto es que me exijo demasiado en cuanto a mis escritos y hasta ahora he sido un juez implacable al mismo tiempo que no he pasado las correcciones y las pruebas de esos escritos de temas "serios". ¿Cómo conciliar estas dos facetas sin morir en el intento?

Al menos las presentes vacaciones de verano en las que me encuentro sumergido me han dado tiempo para divagar y llenar hojas y hojas de cosas que se me van ocurriendo a lo largo de los días. El caos engendra orden, siempre lo he pensado. Para muestra lo siguiente: en unas semanas volveré a la Universidad y todo retornará a la necesidad de ser encaminado a un objetivo o en este caso a varios objetivos.

Y digo necesidad porque creo firmemente en que escribir es una necesidad, al menos en mi caso. Hasta ahora ha faltado abordar esa parte distinta de mí en estos lugares, no solo la que he venido haciendo: la de ensayos triviales, cuentitos chistosos y versos imaginativos. Me siento muy bien con lo que he hecho, pero no es suficiente.

Si quieren seguirme en este nuevo loco que saldrá a la luz dentro de poco ("cuando suceda todos lo sabrán", como dicen las Revelaciones), les agradezco. Sino pues también. La escritura es tanto un dialogo autoreflexivo como una discusión con los hipotéticos lectores que la leen.

13 de julio de 2010

Contradictorio


Le dije que la única rebelión que aceptaba seguir era con respecto al principio de identidad o principio de no contradicción. No me entendió. Las explicaciones no me gustan, no por creerme demasiado inteligente para perder el tiempo en ellas, sino por el hecho de que siempre me han gustado los misterios y las sentencias a medias. Pero como era nuestra primera cita y habíamos conectado bien desde el principio, pensé en sincerarme y hablarle de pe a pa en esta cuestión.

Pero en este caso no pude resistirme, por el contrario hablé largo y tendido sobre el asunto. "Las contradicciones, empezé, son algo fundamental en mi vida. Y no por mero capricho, sino por una cuestión relacionada con mi naturaleza, mi forma de ser. Odio la palabra identidad, esto es el hecho de que algo tenga que ser o no ser, pero no ambas cosas al mismo tiempo."

"En el caso del comportamiento humano, en lo referente a los gustos, la forma de ser, de vestir y de hablar, de pensar y de ver el mundo... No me siento cómodo manteniéndome de un sólo lado del río, sino al contrario nado hacia la otra orilla y vuelvo una y otra vez sin ningún remordimiento. Más bien si hoy digo izquierda, de repente hablo de derecha, negro, blanco, luz oscuridad... sin sentirme obligado a dar razones"

Interesada por lo que le decía me preguntó sobre cosas específicas. Una que le quemaba la boca era el de mi forma de pensar contradictoria con respecto a la pareja. "¿La pareja? ¡si si, la pareja! ¡Ah, la pareja! Pues... la pareja también es algo aburrido. Es decir, no el hecho de tener una pareja sino de... de seguir las pautas establecidas en una relación de pareja. Cosas tan simples e insignificantes y también complejas..."

La trampa la sorteé con un sencillo truco, el de cambiar de tema poco a poco. Así me encontré con cotidianidades tales como decirle del hecho de no ir a los mismos bares de siempre sino a los que rayaran en lo chocante unos con otros, de comportarme de forma contraria ante mismas situaciones, de relacionarme con mis amigos de forma que chocara con lo que creían saber de mí... todo contradictorio.

"Si ayer les dije a mis amigos que odiaba a Pearl Jam, hoy les dije que me gustaba mucho. Si deploraba la legalización de la marihuana, los gatos y las flores, los aniversarios del primer mes, las mudanzas por cuestiones de trabajo: ahora estaba a favor de cargar un churro libremente por la calle mientras le llevaba flores a mi madre, tener un felino doméstico en mi departamento, hablarle a mi pareja para recordarle que hace treinta soles empezamos una relación y que me cambiaba al sur de la ciudad para tener nuevos aires. "

Ella se mostró divertida ante mi explicación. Pero se notaba que de un momento a otro, cual tiburón que merodea un bote, la pregunta antes evadida saltaría con las fauces abiertas, para dejarme en un callejón sin salida. Y es que, ¿Cómo decirle que me gustaba cambiar de un momento a otro de rol sólo por aburrirme de ser siempre un simple novio?

¿Cómo decirle que era un loco que gustaba de amanacer con una mujer a lado que había dejado de ser novia para convertirse en amante, luego a extraña en mi camarote de barco, a femme fatale, villana de tira cómica, geisha, amiga con privilegios y luego novia otra vez?

¿Cómo rebelarle que no era sólo yo, uno y siempre uno sino siempre varios, contradictorios todos en un sinnúmero de aspectos los que hablaban con ella en este mismo momento? ¿Cómo... decirle que lo mío no era una simple locura o patología sino mi más íntimo yo... un yo que se alejaba cada vez más de sus semejantes y... y...?

"Me gusta escuchar eso. Eres interesante", me dijo de pronto. Y mi agitación cedió a una indescriptible alegría que comuniqué enseguida, primero con una sonrisa y mirándola fijamente a los ojos, luego con voz clara y sincera: "Que bien... Sin embargo, como podrás comprender... Suelo ser todo lo contrario a eso que te dije que soy." Final perfecto aunque absurdo. Quizás sería la llave para abrir la puerta de sucesivas citas con ella... o quizás no.

9 de julio de 2010

"El artista es responsable sólo de su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo."


[William Faulkner] *


____________________________
* En Gajes del oficio. La pasión de escribir, Selección y edición de Delia Juárez González, Cal y Arena, México, 2007, p. 438. Tomado a su vez de Stein, Jean, "Una conversación con William Faulkner", Edición de Ricardo Piglia, Editorial Corregidor, 1974.

17 de junio de 2010

Trascendente

Busco indicios en las palabras, flotando en mares de libros
En las paredes, el brillo tenue de la luz reflejado en un cuerpo
En el asfalto mojado, llevado y traído por pasos apresurados

Pero es algo imposible de lograr en un sólo viaje
La lluvia del tiempo se evapora, sin dejar rastro palpable
Hay una única salida viable, apenas un sucedaneo

Es emprenderla de detective, rastrear a paso firme en silencio
En unas cuantas miradas que floten por el aire
Interrogar las puertas cerradas del cuarto de los amantes

Hacer de incógnito para coger por sorpresa a la desesperanza,
encarnada en un rostro detenido frente a un escaparate
Montar la guardia en las terminales de autobuses

Amenazar con el puño a las sórdidas estrellas que se dejan tocar
por una noche, por un año, por un siglo antes de irse
Perseguir a los sospechosos de siempre que se ocultan
a la vista del público en los parques, en los almacenes

Hacer algo, inútil, vago, pero por lo menos intentarlo
Coger del cuello algo que se muestre con la sonrisa lasciva
de la inmovilidad, de la trascendencia

Aunque después nos haga un truco de esos que domina tan bien
Presentarnos lo simple, claro y distinto
bajo el disfraz humano de lo complejo, oscuro y monótono

Esconder sus pisadas tras un bello montaje
para hacernos rasgar las vestiduras, gritando, enloquecidos:
¿Cómo lo hace, cómo lo hace?
Perdidos, como siempre... tan lejanos de lo trascendente

14 de junio de 2010

-          ¿Flores?
-          Si, flores. Llévale flores. Les encanta que les regalen flores.
Mi padre disfrutaba darme consejos para mis primeras citas. Se regodeaba en su papel de instructor en las cuestiones de la vida, en este caso en el terreno de las relaciones sentimentales, basado en su experiencia, su conocimiento nada despreciable de canciones románticas, gran ingenio y su buen humor a toda prueba.
Luego, el viejo me dijo, después de contemplarme por algunos segundos:
-          Reconozco esa mirada…
Yo me sonrojaba. El viejo se había dado cuenta de la llegada en mí de esa difícil edad en la cual el corazón, cual globo a la intemperie, se encuentra propenso a estallar con tal sólo mencionar el nombre específico de una chica.
-          Pero papá, -le dije, retomando su consejo sobre el regalo para Lizbeth, mi cita- a mí no me gustan las flores. Se me hacen algo muy inútil.
-          ¿Y qué? – me respondía ecuánime-. A ellas les gusta, ya te lo dije. Eso es lo que importa.
La sospecha de que había más diferencias que cosas en común entre un hombre y una mujer se me había presentado días antes. Lo más inexplicable era que a pesar de una larga lista de características, gustos y formas de pensar sobre tal o cual cosa, que como conclusión arrojara números rojos entre Lizbeth y yo, no cesaba en mí la imperiosa (aunque sin sentido si nos basamos en tales resultados) necesidad de estar con ella, de acercarme y…
-          Darle un beso.
-          ¿Qué? –le pregunté a mi padre.
-          Si. Cuando estén viendo la película en el cine, tómala de la mano. Ella te mirará y en ese momento, sin dudar debes acercarte y…
¿Darle un beso? Si, de acuerdo.  Estaba seguro tanto ella como yo lo deseábamos con toda nuestra alma, pero… ¿cómo? ¿Nada más así como así? ¿De repente?
Papá me decía esto de forma tan natural que yo no comprendía porque dentro de mí se agitaba un tornado incontrolable que amenazaba con destruirme.
-          Y si… ¿Y si de los nervios me desmayo? ¿O si en ese momento me dan ganas de estornudar o si ella…?
No dudó en reír. Acto seguido, como si nada hubiese sucedido, recupero su seriedad sin perder su habitual sesgo de buen humor.
-          Es normal que estés nervioso. Pero pon atención a lo que te digo. Hazme caso, todo va a estar bien. Tranquilo, te digo todo esto basado en la experiencia.
Ese día compré las flores y me alisté para salir al encuentro de Lizbeth. De camino a la cita no dejaban de resonar en mi cabeza las palabras pronunciadas hacía unos minutos por mi viejo: “Reconozco esa mirada”… “Debes acercarte y darle un beso”… “A ellas les gusta, ya te lo dije. Eso es lo que importa”.


Aún ahora, muchos años, nervios, citas, flores, películas en el cine, chicas y besos después, sigo atónito ante algo que, a diferencia de otras tantas preguntas de ese tiempo ahora respondidas, no he podido dejar de cuestionarme. Es la relativa al fenómeno de las diferencias.
Esas pequeñas, medianas, grandes diferencias existentes entre nosotros y ellas. Un hombre que es un mundo por sí sólo… y una mujer que es a su vez otro tan distinto… Diferencias que, sin embargo, son vencidas por aquel mosquito extraño el cual se posa sobre nosotros ocasionalmente, cuando menos lo esperamos, dejándonos por todo el cuerpo una sensación de fascinación hacia el otro, del cual es casi imposible librarse.
Algunos lo llaman atracción. Otros, los más despreocupados, hacen caso omiso de él. O se ponen a decir un montón de cosas al respecto, como si ya lo conocieran por completo. Pero acerca del misterio sobre esas diferencias individuales y la razón de su derrota ante este peculiar ser… hasta ahora nadie ha podido, que yo sepa, dar una explicación definitiva.

10 de junio de 2010

Cada desierto es una mina de muerte, en silencio
Cada océano es un útero de vida, en silencio

Cada ciudad es una mezcla de seres, llenos de ruido
Que se debaten entre la angustia y la esperanza

Cada día cae en picada a las profundidades, muere
Cada noche asciende al firmamento, nace

Cada uno de nosotros, llenos de sueños
Que se debaten entre la memoria y el olvido

6 de junio de 2010

No poder dormir en esta casa de locos es cosa de todas las noches. Peor que eso es el hecho de que nunca hay alguien a tu lado para contarte una buena historia. No ayudaría, pero al menos se sentiría uno con esperanzas. “¿Esperanzas de qué?”, me pregunto. Y al instante advierto, desconcertado, que no sé la respuesta.

Acerca de este problema Judith piensa de la misma forma. Desafortunadamente no podemos resolverlo. Es imposible acostarnos juntos, pasar la noche platicando mientras le inventamos estrellas a la oscuridad del techo, ya que en la tarde somos separados, arrancados de esta extraña relación que nos mantiene cuerdos. A ella se la llevan al ala este, donde están las “Amazonas”, mientras que a mí me depositan en la oeste, junto con los “espartanos”.

Recuerdo que en una ocasión, cuando niño, leí en una revista el extraño caso de un par de prisioneros de una cárcel de Siberia, un hombre y una mujer, los cuales mantenían relaciones interpersonales por vía telepática. Relataba que tal proeza fue conseguida después de años de práctica, orillados como estaban a superar un aislamiento casi completo en el que vivían el uno con respecto del otro, ya que el único momento en el día que se veían era un pequeño instante cuando eran conducidos de vuelta de las labores de trabajo. En ese lapso, que duraba unos cuantos segundos, sólo los separaba una pequeña rejilla, la cual servía como división entre la fila de los hombres y las mujeres.

Mediante mensajes que dejaban cada día al pasar por aquel lugar, mensajes escritos en minúsculos trozos de papel doblados de la forma más pequeña posible para evitar ser advertidos por los guardias, constataban que lo que habían captado el uno del otro la noche o tarde anterior era real, no una mera ficción producto de una locura claustrofóbica o de sugestiones mutuas. Años antes de morir, ya ancianos, fueron liberados. Vivieron el tiempo suficiente para conocerse mutuamente y para relatar su hazaña al mundo.

Le conté esto a Judith, quien solo atino a reírse como histérica. Luego me dijo que “en verdad estaba mal de la cabeza, pero que era normal”. Que “cada uno de nosotros tenía derecho a inventarse su propia locura, algo personal y enfermizo que, de alguna forma, ayudara a mantenernos en pie, que nos diera esperanzas”.

Judith, mi triste y escéptica Judith, única voz que escucho con anhelo de entre todo este ruido que pulula a todas horas, todos los días alrededor de mí, en esta casa de locos. Va llegando la hora de que nos muramos, lejanos los dos como hasta antes de conocernos hace ya tantos años. Tu Judith, la chica que organizó un motín y sobrevivió. Yo, que lloré todas las noches durante seis meses, desde el primer día en la soledad de mi habitación, aguardando una muerte repentina y piadosa. Tan diferentes el uno del otro, aunque con una hora en común, infaltable, en que nos reunimos para intercambiar palabras (o silencios cómodos, contemplaciones de ángeles, según sea el caso). Todo esto con el mismo escenario de siempre: la banca bajo un árbol enclenque del jardín que hay en el patio.

Judith. No podemos soñar juntos, tampoco podemos contarnos historias que nos ayuden a dormir. Cuando al mediodía te cuento mis empresas ingeniosas, mis sueños que se asoman como hilillos de luz cada día al despertarme, te pones a reír como tonta. Los juzgas imposibles, como animales producto de delirios. Como figuras de chocolate dejadas al sol en un día caluroso. Quizás lo único que compartamos es esta esperanza, que, (ahora lo sé) sirve para mantenernos vivos el tiempo suficiente que haga falta para salir. Y una vez afuera, sin paredes ni ilusiones de por medio, nos daremos cuenta, de una vez por todas, que no tenemos nada en común.

31 de mayo de 2010

Vivir de la literatura


Franz Kafka


"Aparte de mi situación familiar, no podría vivir de la literatura debido al lento proceso de elaboración de mis trabajos y a su carácter especial. Por añadidura, mi salud y mi carácter me impiden dedicarme a una vida que, en el mejor de los casos, sería incierta. Por consiguiente estoy empleado en una compañía de seguros sociales. Ahora bien, esas dos profesiones jamás pueden soportarse mutuamente ni permitir una felicidad común. La menor felicidad en una se convierte en enorme desgracia para la segunda. Si una noche logro escribir algo bueno, al día siguiente no consigo hacer nada en la oficina.  Este continuo contraste empeora cada vez más. En la oficina cumplo externamente con mis obligaciones, pero no así interiormente. Y toda obligación interna no cumplida se convierte en una desgracia, que ya no se mueve de mí." *


_____________________________
* En Gajes del oficio. La pasión de escribir, Selección y edición de Delia Juárez González, Cal y Arena, México, 2007, p. 233. Tomado a su vez de "Escritos sobre el arte de escribir", Trad. Michael Faber-Kaiser, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, Madrid, 2003.



27 de mayo de 2010

Nublado


No he entendido nunca porque tantas personas detestan los días nublados. ¿Será por esa común asociación de lo gris con lo triste? Curiosa cosa eso de la asociación de colores con los estados de ánimo. Aunque si de asociación de ideas se trata, me parece más divertido cuando te hacen el Test de Rorschach... Yo lo hice una vez y no puedo recordar las imágenes que dije que veía en las tarjetas que me enseñó la psicóloga aquella vez. De seguro fueron figuras muy imaginativas las que encontré, aunque nada grave que me ganara el refundimiento a un centro psiquiátrico. 

Las asociaciones de ideas suceden todo el tiempo. Son los bonitos, sencillos y cotidianos puentes que unen nuestros pensamientos durante el día. Me gustaría alguna vez poder llevar, aunque sea durante 24 horas, el registro de las asociaciones que se van dando por mi mente. Seguro me sorprendería de las que se van sucediendo de un minuto a otro, más bien de unos cuantos segundos, confirmando así que mi mente es una cosa de lo más inquieta. 

Relaciono los días nublados con las tardes de primaria. No sé porque, pero así sucede. Quizás es porque se me quedaron grabados algunos días de entre octubre y noviembre de aquellos años, en que los días eran nublados. Yo iba a la escuela por la tarde, algo muy extraño porque según he constatado casi nadie va en ese turno. Lástima, porque una de las ventajas de ser vespertino es que hay menos alumnos, los recreos se disfrutan más porque hay más espacio por alumno en el patio y las convivencia con los compañeros en las clases no son tan estresantes. 

De 1997 a 2001, que es cuando salí de primaria, fuí en la tarde. En mi salón nunca pasamos de los 13 alumnos, lo cual hasta la fecha es un récord porque no he conocido a nadie que haya tenido esa cantidad de compañeros de salón en sus respectivas escuelas. Así también podría asociar doblemente: mi pasado en la primaria- los días nublados- la añoranza por no toparme con las multitudes a cada paso que doy. Porque, ¿qué otra cosa más nos ha transtornado sino la de ser cada vez más personas en esta ciudad? 

Ya nadie muere solo, porque en cada semáforo hay una buena dotación de autos, peatones y animales callejeros. Los sueños son los únicos espacios que se resisten a ser ocupados por completo, siendo enormes terrenos baldíos que podemos llenar a voluntad de la forma que queramos cada noche al acostarnos. Ayer, después de mucho tiempo, tuve un sueño realmente feliz. No porque tenga pesadillas todas las noches, sino porque los otros sueños que había tenido amanecieron sin etiquetas. Al recordarlos a lo largo del día, no podía asociarlos a algo como la tristeza, o el miedo.

Imagino que el cielo se ríe de nosotros por asociarle emociones, cada vez que salimos a la escuela o al trabajo por la mañana. Como si él tuviera la culpa de que la mañana del miércoles X nos sentimos deilusionados de nuestra situación actual... no queda más remedio que achacarle aquello que es sólo nuestro, esa cosa rara que se da en nuestras mentes: "El día esta feo, la noche está emocionante, la tarde está aburrida..." Nunca decimos más: "el cielo está nublado, simplemente nublado." Sería como decir que no pensamos, como admitir que nuestra mente está en blanco, como desnuda de asociaciones... 

19 de mayo de 2010

Hoy pensé que cada día que pasa frente a nuestros ojos es sólo una de innumerables esquirlas, producto de una gran explosión de tiempo sucedida hace miles de millones de años… y me sentí tranquilo: arropado bajo una extraña, infinita, inefable violencia cósmica.

7 de mayo de 2010

Retratos


¿Qué se pierde, qué se gana? Los retratos en la pared atestiguan el irremediable paso del tiempo. Crecer para dejar la casa paterna. Luego volver ocasionalmente (si se puede, si se tienen las suficientes ganas, si aquel lugar sigue aún en pie) para ver que ha cambiado, que no volverá jamás. Las demás cosas: pensar en lo que no fuímos, en lo que hubiéramos podido ser, son todos ejercicios inútiles. Viles artificios de la imaginación.

1 de mayo de 2010

Las personas y los libros


Silvia Plath


"Sigo considerando infinitamente más importantes a las personas que los libros, con lo cual nunca llegaré a ser erudita. Soy perfectamente consciente de ello y también sé que mi curiosidad intelectual vitalista jamás podría encontrar satisfacción en la minuciosa acumulación de detalles para una tesis doctoral. Creo que ese tipo de especialización sencillamente no es lo mío. Me gusta leer sobre muchos temas: arte, psicología, filosofía, francés y literatura, y vivir y ver mundo, y conocer a fondo a las personas que lo pueblan y escribir poesías y prosa, en vez de convertirme en una engreída experta sobre algún autor secundario de hace doscientos años, por la mera razón de que todavía nadie haya escrito nada sobre él."


La cita anterior proviene del texto Cartas a mi madre, traducido al español por Montserrat Abelló y Mireia Bofill, publicado por la editorial Grijalbo, 1989. Por mi parte, lo tomé del fantástico libro Gajes del oficio. La pasión de escribir, donde su autora, Delia Juárez González hace una excelente selección de fragmentos escritos por autores literarios de talla internacional, (Henry James, Gustave Flaubert, Lev Tolstoi, James Joyce, por nombrar unos cuantos) los cuales cuentan lo que piensan acerca de la literatura: como la viven, sienten, trabajan y sufren. En fin, los gajes del oficio de escribir. Una recopilación altamente recomendable para todos aquellos que deseen conocer, de viva voz de los grandes escritores, lo que hay tras el trabajo de la imaginación creadora.



26 de abril de 2010

Mateo Domínguez

"Solamente vengo de paso. No estoy dispuesto a quedarme aquí mucho tiempo. Se entiende, ¿no? Mi lugar es la villa, no esta ciudad, que apenas comprendo. Agradezco la hospitalidad de mi hijo, y de mi nuera, pero es cuestión de tiempo para que me regrese. Por lo mientras me paso algunos días con ellos. Haga de cuenta que estoy de vacaciones, lo cual ya es mucho para un campesino como yo, viudo y que gracias a Dios todavía anda trabajando. Así como me ve de viejo, creería usted que estoy para la tumba. Pero no, no señor.

"Pero mire, ya empezó el partido. Espero que ganen, es un partido decisivo. No aposté a mi equipo, pero aún así sufro mucho cuando pierden. Claro, no ganamos ni perdemos nada en realidad, al final ellos, los jugadores y el entrenador, son a quienes les pagan, y es la misma cantidad de dinero igual pierdan que empaten o ganen. Por eso el ser aficionado es doloroso. Sabe, se sufre mucho.

"¿Y las cosas como le pintan a usted? Bien, supongo.

"¿No? Ah caray, ¿Y eso? Ya veo, comprendo. Pero mire, que no es el único que se las está viendo difícil en estos tiempos. Le comentaba en otra ocasión que mi hijo el mayor está en los Estados Unidos desde hace varios años, ¿se acuerda? Es más, creo que lo llegó a ver una que otra ocasión, cuando chamaco, antes de irse. Si, ese mero, Matías. Pues allá también está difícil la situación, no sólo aquí. Después de todo de allá viene la mentada crisis.

"¡Híjole! ¿Vio eso? ¡Pero si era un gol cantado! Fue una gran atajada del portero del equipo rival, lo reconozco. Si no la desvía ya iríamos arriba en el marcador. Siempre he pensado que el ser portero es uno de los oficios más difíciles que hay. Pero mire, que ya hemos vuelto a hablar de fútbol, usted perdone. Creo que no le gusta mucho esto de los deportes, ¿no?

"¿Si le gustan? Qué bueno. ¿Y a qué equipo le va? No, espere, mejor no me diga. Así sin saberlo está mejor, no vaya ser que luego nos enemistemos. Siempre he pensado que de tres cosas no hay que hablar, porque se crea mucha discusión: ni de política, ni de fútbol ni de religión. Trato de hablar lo menos que puedo de esos tres temas. De cada uno tengo opiniones que bien me pueden costar amistades, por eso es mejor tener la mente ocupada en otras cosas. Como el trabajo.

"Siempre he dicho que el trabajo lo mantiene a uno vivo. En mi caso señor Alfonso, si no trabajo me muero. Si, aunque usted no lo crea. Pienso que el día en que deje de trabajar será el mismo día en que me pele de este mundo. Se lo he dicho a mi mujer. Le he dicho: "Inés, estamos viejos, pero siéntete bien de que a diferencia de otros que nada más se la pasan sentados esperando que venga la muerte, nosotros estamos todavía activos. Ya no de aquí para allá como cuando jovencillos, pero por lo menos activos."

"Porque ya ve usted, no le estoy descubriendo el hilo negro: seguramente lo habrá escuchado por las noticias o contado de mucha gente mucho más culta que yo. Eso de que el mantenerse activo lo mantiene a uno más sano. No le diré que estoy lleno de vigor ni lozano que echo lumbre, pero tampoco estoy tan amolado como otros de mi edad..."


La plática sigue hasta altas horas de la noche. Los dos hombres intercambian opiniones sobre un sinfín de temas que abarcan desde sus concepciones de la vida y del hombre, hasta trivialidades como la presente situación del combinado nacional de fútbol. Al despedirse reafirman su gran simpatía mutua y se expresan un cúmulo de generosidades y buenos deseos. Quedan con la promesa de volverse a ver en las próximas navidades, cuando el señor Mateo vuelva a visitar junto con su esposa a la familia de su hijo.

Sin embargo, como suele suceder tantas veces en igual número de situaciones, el abrazo de navidad entre ambos hombres nunca se sucederá. El señor Mateo Domínguez habrá de fallecer dentro de un par de semanas, una noche mientras duerma, a causa de una falla cardiaca producto de tantos años de esfuerzo y agotamiento.

15 de abril de 2010

No creo que todas las historias que contaba el abuelo fueran falsas.
- Juliancito, ¿Ya te conté la historia del gigante que vivía en el fondo del lago que se murió de tanto esperar a que regresara su amada, la cual era una reina del bosque?
- No abuelo, cuéntamela.
- Hoy no, mejor mañana. Los martes no puedo contar historias de gigantes ni de reinas.
- ¿pero por qué abuelo?
- Ah, porque la asociación de abuelos contadores de historias, misma a la que pertenezco, acordó en su reglamento las historias que sus miembros podían contar a sus nietos en qué día.
- ¡Ay abuelito! ¡ándale!
- No hijo, porque romper las reglas es algo muy grave. ¿No has oído hablar de lo que le pasó a Jacinto López, abuelo de Manuelito López, al cual se le ocurrió contar una historia sobre duendes y minotauros un sábado, día en que solo pueden contarse historias de faunos y héroes mitológicos?
- No abuelo, ¿qué le pasó?
- Quizás no deba decírtelo tampoco. Fue algo muy terrible.
- ¿Por qué abuelo? ¿Qué le hicieron? ¿Acaso lo partieron en pedacitos, lo convirtieron en escarabajo?
- No, no, no… Es algo que los nietecitos como tú no deben saber nunca, porque también contar acerca de los castigos que se imparten a los desobedientes del reglamento amerita un castigo. Como a Luis Jiménez Larios, el abuelito de …
- ¡Ay abuelo! Lo que pasa es que el día de hoy andas de maldoso. No me quieres decir nada. Te pasas abuelo.
- Como crees hijito, no es eso. La cosa no va por ahí. Mira, te expliqué alguna vez que los abuelitos que no cuentan historias a sus nietos por la noche antes de que se duerman, por una vez que no lo hagan, son también castigados. ¿No te acuerdas?
- No abuelo, para mí que es otra de tus mentiras.
- Acuérdate Juliancito. Incluso una ocasión, cuando me enfermé de gripe y tuve que estar todo el día y toda la noche sin poder levantarme de la cama, guardando reposo y tomando medicinas… al día siguiente de esa noche, en que no te conté ninguna historia… me castigaron.
- ¿Te castigaron? ¿Quiénes abuelo? ¿Los de la asociación?
- Así es, me castigaron.
- ¿Pero cómo abuelo? Si ese día y los demás que siguieron te vi muy bien. Estabas como siempre. No me vayas a decir que te hicieron cargar el mundo a tus espaldas o que te encerraron en un calabozo lleno de serpientes y tarántulas por un día y por una noche completa.
- No, no me hicieron eso. Lo que pasa es que los castigos se realizan en los sueños.
- Y de seguro no me vas a contar el sueño que tuviste, ¿verdad?
- No, porque más bien fue una pesadilla.
- Bueno, bueno. Entonces, ¿Qué historia me vas a contar hoy abuelo?
- Hoy, querido Juliancito, te voy a contar una historia sobre un domador de leones que se perdió en la Luna junto con una bailarina de TAP y de un arqueólogo famoso que andaba pasado de copas esa noche…

Ayer me fui a inscribir en la Asociación de Abuelos Contadores de Historias. En una de las paredes del viejo castillo en donde se reúnen para acordar si es apropiado o no contar historias sobre emperadores genocidas o como descubrir si el nieto está dormido de verdad o solo se esta haciendo, y otras cosas por el estilo, en ese lugar, colgada en un marco dorado sobre la pared, encontré una foto de alguien que yo conocí. Era mi abuelo, y estaba sonriendo. Aparecía dormido, seguramente alguien le estaba contado también una historia en ese momento.

12 de abril de 2010

Noctámbulo


El silencio de la madrugada es el mejor para leer y para escribir. Es en su territorio en que he podido entenderme tanto conmigo mísmo como con las páginas de diversos libros.

El bullicio de la mañana y de la tarde me aturden, me altera el ritmo en que la vida tiende a moverse en ellas, así como su eterna prisa. Dificilmente puedo reflexionar y llegar a pensamientos profundos en la vigilia; por el contrario necesito la mística de las primeras horas del día para poder llegar a resultados satisfactorios. 

Muchas personas no entienden esto, porque por algo los ciclos biológicos han sido establecidos. ¿Cómo poder pensar, cuando del otro lado del muro alguien yace dormido, a la merced de diversos sueños? Al principio este hecho me perturbaba.

Sentía como si estuviera transgrediendo un orden sagrado, como ladrón nocturno, que sigiloso entra a robar objetos preciados a las casas ricas. Deambulaba por la habitación y por los pasillos, la concentración no tenía lugar. Por el contrario reinó en mí la dispersión y la intranquilidad. Dormía con remordimientos y parecía que el amanecer me recibía con desdén.

Todo cambió a los pocos días. Comencé a aceptar mi nuevo estado, y me olvidé de los otros, de lo que me rodeaba. Sentí encontrar mi ambiente, cual el empresario lo hace en las oficinas de un rascacielo citadino, o el biólogo que investiga en el campo y el pantano. 

Poco a poco mis ojos se acoplaron a un nuevo estado: no me costó trabajo leer a la 1 o a las 2 de la madrugada a un Chéjov, Kant, Nietzsche o Borges; autores de cuyas obras apenas había podido leer unas cuantas páginas durante el día. 

Así se han sucedido los autores, las obras. Una a una las páginas pasan delante de mis ojos sobre el tamiz irreal de la madrugada. Ahora mis pensamientos son más claros que nunca. Pienso que cuando se sabe aprovechar la soledad ofrecida por la noche se pueden obtener granadas jugosas, que no caducan en otros lugares, por más secos que estos últimos puedan parecernos.


Publicado originalmente como "Insomnio", en La Mañana Incierta, Abril 11, 2009.

5 de abril de 2010

Calor


Uno de los remedios que tenía El Tullido para combatir el calor agobiante de julio, era no pensar. En efecto, creía que las vicisitudes propias del pensamiento afectaban de forma negativa su sensibilidad al calor. Cuando lo veía caminar por la calle con su talante de estúpido, de distraído, más tonto de lo habitual, me regodeaba un poco en mis conocimientos fuera de toda superstición y de subjetivismos absurdos que eran los únicos por los que se guíaba El Tullido

-¡Oye, Tullido!, le gritaban los locatarios del mercado cuando pasaba frente a sus puestos, la mirada perdida, los pasos tropezando con las cajas de cartón, huacales y perros en los cuales no reparaba. Pero así le ofreciesen un vaso de refresco, una moneda o un saludo, El Tullido iba y venía decidido a ignorarlos, a seguir con su creencia de que los pensamientos hacen más calurosos los días, y que por lo tanto hay que desecharlos del cuerpo. 

Al verlo me imaginaba que un día lo encontrarían muerto en plena calle, lanzado por un auto que raudo había sobreestimado sus reflejos de misero minusválido, dejándolo ahora si con un cuerpo ajeno a las molestias de los sopores veraniegos como de pensamientos de cualquier índole por igual. Pero no.

Cual asceta entrenado largo tiempo en quien sabe donde, El Tullido sobrevivía cada año a los meses calurosos con su mente en blanco, loable proeza que pavoneaba orgulloso al tiempo que vagaba por las calles de la colonia, jadeando como un perro, su pierna cojeando por la banqueta. El silencio como única señal de su presencia. 

2 de abril de 2010

Fue Semana Santa y solamente salí a ver la exposición de René Magritte...


Así es, y no me arrepiento. Ver algunas de las obras de este magnífico pintor surrealista justifican de manera suficiente una semana de ocio como la que acaba de transcurrir. En vez de quedarse en casa de los tíos o abuelos viendo el acostumbrado maratón de películas de temas religiosos (Rey de Reyes, Los Diez Mandamientos, etc, etc...) o asolearse en las calles de Iztapalapa viendo la enésima edición de la crucifixión del Cristo, el día de ayer me fui a ver al Palacio de Bellas Artes  (bien acompañado claro está por la hermosa señorita H., a la cual le agradezco haber aceptado mi invitación) la exposición temporal titulada "El mundo invisible de René Magritte" que como ya dije presenta la obra de este belga de talla universal.

La verdad es que estaba muy emocionado, ya que en primera Magritte es uno de mis pintores favoritos, desde que conocí su obra hace algunos ayeres (ustedes podrán constatar mi fanatismo: he puesto en mis entradas de este blog varias pinturas de él antes) y en segunda porque me dí cuenta que la oportunidad de ver de cerca sus cuadros era única en la vida, y quizás no vuelva a sucederse nunca. Seamos sinceros, aunque este señor es conocidísimo en la escena artística internacional, nuestro país carece de muchas exposiciones que den la oportunidad de ponernos de cerca a la cultura; en este caso que yo sepa, nunca se habían traído exposiciones de pinturas suyas. Mientras no seamos París o Nueva York, en donde a cada rato lo mejor del arte se toma el tiempo de visitar las galerías y museos, nos toca contentarnos de cuando en cuando con algunas joyas como esta. Me alegro porque al menos de ahora en adelante muchas personas conocerán la obra de este hombre. 

Disfrute mucho la exposición a pesar de que había mucha gente en las salas y se avanzaba muy lento. Vi cuadros que si no es por la exposición nunca hubiera tenido noticia de que existían, ya que según leí las piezas que se exhiben en el Palacio provienen de 34 instituciones distintas de varios países del mundo. Me tomé mi tiempo para verlas, para apreciarlas como debe hacerse con las pinturas y piezas que se exhiben en muestras así; leí la información de cada obra y la que daba algunos detalles sobre generalidades del autor y sus motivos artísticos. 

Pero tengo ganas de volver a la exposición, y no para despejar dudas sobre lo que vi, porque nunca he creído que ante el arte haya certezas y una total comprensión, sino para deleitarme una vez más contemplando con inquietud las pipas, las figuras humanas de rostro oculto, los firmamentos celestes y las vistas al mar que tanto salpican los cuadros del pintor belga. Y voy a leer las obras que hablan sobre él y que no conocía (una de ellas de monsieur Foucault). Lo que no voy a hacer es decir una crítica artística del tema, ya que soy pésimo para hacer reseñas y no conozco mucho sobre arte. Esa tarea se las dejo a los estudiantes de la Escuela Nacional de Artes Plásticas o de Historia del Arte. Lo siento. 

Otra cosa que haré es esta: sugerirles que si quieren enriquecer su cultura general y evitar los motivos tediosos de la temporada de semana santa que todavía no termina (en especial si son mocosos de primaria o secundaria con una semana más de descanso), y eso si viven en la Ciudad de México, vayan a ver la exposición de pinturas de René Magritte que se exhibe de manera temporal en el Palacio de Bellas Artes, y que estará hasta el 11 de julio de este año. Como siempre digo (y para que no haya recriminaciones): vayan y juzguen por ustedes mismos. El arte no muerde. 

30 de marzo de 2010

Los Messer Chups y el delirante anhelo de ser único


En gustos musicales como en general en la vida, hay que salirse de lo convencional. Es por eso que siempre critico a aquellos que adoptan una tribu urbana y la defienden a muerte con todo lo que ella implica: modo de vestir, gustos musicales, tipo de amistades, forma de hablar, de moverse... ¡incluso forma de pensar! Como si cada uno de ellos fuera un jodido robot hecho en un molde y no pudiera, ni quisiera, salirse de él.  

En mi caso, el de un humilde estudiante de filosofía amante del cine de arte y de la música no tan estruendosa, pretendo no ser nada establecido, sino tomar fragmentos de aquí y allá, cosas que no formen algo homogéneo. En ese sentido ser impredecible, incluso abiertamente contradictorio conmigo mismo y con mis gustos. Los Messer Chups, banda musical rusa, la cual es una de las predilectas de un servidor desde hace algunos ayeres, ilustra bien todo eso que trato de decirles. 

Su estilo, que trata de homenajear a las cintas de Clase B (películas de bajo presupuesto) gringas de los años 50' y 60, cuya temática era el terror y ciencia ficción, el cual salpica a cada instante en sus rolas, creando una especie de perfomance sonoro que se complementa de manera visual e igual de alucinante con la vestimenta de sus integrantes, los videos hechos para sus canciones así como el arte de sus discos. Cada parte fundamental para entender un todo que se hace llamar Messer Chups.

Así, al escucharlos, el resultado es una mezcla de ritmos tan disimiles como son el surf, circus music, jazz y fragmentos de sonido de dichas películas de vampiros, hombres lobo, zombies, mutantes y monstruos espaciales; que en su tiempo en E.E.U.U fueron lo que las del Santo y Blue Demon contra los monstruos para nosotros. Si quisiéramos encontrar alguna similitud, levemente lo tendríamos con Lost Acapulco con eso de incorporar la añoranza por el mal cine de antaño en su música, pero sólo en esa parte, porque en lo demás la onda de los Messer es totalmente propia.  Se cuece aparte.

Juzguen por ustedes mismos: 





28 de marzo de 2010

Aire fresco

Prometí que este semestre me metería más de lleno en la universidad. La carrera es algo que descuido con frecuencia, máxime cuando me pongo a leer literatura y me clavo en otras actividades como el cine, la poesía y la música. Pero a quien voy a engañar, soy un tipo inquieto. Mi mente no está contenta con una sola actividad.
Por eso cuando me encontré el viernes por la tarde, arrojado a las mini-vacaciones de semana santa, me sentí un poco aliviado. ¿Aliviado de qué? Quizás de mí mismo. De ese vertedero mental que se me ha estado formando a través de los dos meses de clases que llevo y de lo que vivo cuando salgo de ellas. De combinar las lecturas filosóficas con mis hobbies pseudo-intelectuales:
Las lecturas de poesía (autores rusos e ingleses principalmente); las películas de arte y (otras no tan artísticas); géneros y grupos musicales nuevos; mis proyectos literarios que apunto en una libreta (simples notas o torpes comienzos de unas cuantas hojas por igual). En suma todas esas diversiones raras que la mayoría de mi especie considera como aburridas trivialidades lejanas al mundo real y cercano.
Eso es mi mente, mi mente de los insomnios fatales llenos de todo y a la vez de poco. De cosas que al tratar de contarlas en sus facetas más interesantes, de forma pormenorizada, resultan en verdaderos fracasos. A lo mucho una sola frase o un comentario de algo que me intriga de un poeta y su obra, o de un título fílmico. ¿A dónde va todo eso que asimilo durante el día, todo aquello en que me ocupo por horas? Todos esos fragmentos diversos, ¿Permanecen en algún lado?
Cuando llego a sentarme aquí en la computadora para contarles algo interesante de mi mundo de ideas y pensamientos, de ficciones y realidades tergiversadas, todo se nubla, se pone de cabeza. Estrangulo a la musa pero ella ni se inmuta. Levanto plegarias a dioses en los cuales ni siquiera creo y termino blasfemando en simbolismos torpes. La noción de contador de historias que quiero ser se viene a pique. Pido aire fresco, un descanso que sé que no aprovecharé porque estoy metido en esto desde hace mucho tiempo.
Estoy cansado, si, pero también es cierto que mi mente está más abierta que nunca. Cuando venía derrotado de tantas horas de clase en la Facultad, los ojos cansados, el estómago apenas vertido de lo mínimo necesario, las piernas agotadas, sentado en un asiento del vagón del metro al termino de un día, me preguntaba como siempre el sentido de toda esta sucesión de palabras y de imágenes, sonidos y sensaciones.
Más nunca en cerrarle la puerta a estos extraños demonios que me impulsan a levantarme todos las mañanas, fresco de sueños todavía, para hundirme en días ordenados por otro, siempre otro. Siendo parte de historias que nadie leerá porque estamos todos muy ocupados tomando nuestro lugar en ellas, improvisando los diálogos y ofreciendo las actuaciones más honestas que se hayan realizado por el sólo hecho de ser vivencias continuas. 
¿Cómo aprehender todo ese universo ilimitado, cambiante y lleno de vida y de muerte que amenaza con irsenos a cada instante que lo pensamos y lo habitamos? ¿Cómo tomar una parte tan siquiera significativa, que de una pequeña idea de si mismo, un resumen, una sinopsis? Aire fresco para ordenar, no para hacerme a un lado. Asomar la cabeza un poco, para después sumergirse de lleno, como siempre en este juego. Es un bello sueño que a veces tengo cuando vengo de camino a casa...

25 de marzo de 2010

Plática de dos compadres intelectuales borrachos

-¡Vamos a reírnos de Diosito compadre!

-¡Seguro! La pregunta es, ¿De cuál de todos?

-Si verdad... ¡Pues de todos, que le hace! ¡Ríamonos de Marduk, de Kukulkan, de Odin, de Tezcatlipoca, de Horus y de Osiris, De Dioniso y de Afrodita, de Alá y de Jehová!

-¡Me parece buena idea! ¡Ríamonos de Ra, de Ares, de Loki, de Vishnú, de Tlaloc, de Zoroastro, de Yahvé... ! ¡Y de todos los demás que nos faltaron!

-¡Así se habla, así se habla compadre...! 

- ¡Jajajajajajajaja! ¡Jajajajajajaja!

-¡Jajajajajajajaja! ¡Jajajajajajaja!

-¡A su salud compadre, por los dioses que alguna vez brindaron mientras reían de nuestras desgracias!

-¡Salud compadre, salud!

16 de marzo de 2010

La triste historia de mis zapatos viejos


El día de hoy al despertarme, noté que mis zapatos bailaban sobre el suelo, a un lado de mi cama. A pesar de que permanecí inmóvil contemplando la escena por horas y horas no pude adivinar que era lo que bailaban, si un viejo twist o una cumbia. Aunque después de pensarlo con detenimiento, quizás aquello no era un baile, sino más bien un delirio o una convulsión sufrida por mi calzado.

Probablemente mis zapatos se encontraban hiperactivos a causa de caminar por un campo de amapolas el día de ayer. O quizás sucede que mi pantalón de mezclilla, mi chamarra o incluso el gorro que me pongo por las mañanas al salir de casa son los culpables de todo.

¿La razón? Puede que mientras duermo, a escondidas de mí o cuando me meto a bañar (cuando las dichosas prendas de vestir se quedan a solas) le suministren alguna droga o estupefaciente a mis zapatos, tornándolos en el estado en que mencioné que estaban: fuera de sí, entregados a un furor desbordante, presas de una extraña demencia.

De ser así las cosas no habría otra que sentirme muy decepcionado. Sé que los tiempos son duros, que a falta de dinero hago caminar a mis zapatos más allá de un tiempo de vida para ellos razonable. Que en las últimas fechas han llovido verdaderos diluvios, lo cual redunda en la irremediable sopa de agua y lodo que de mis pobres zapatos termino haciendo. Que debido a mi ajetreado ritmo vida ya casi no tengo tiempo de lavarlos tan seguido en comparación a épocas anteriores.

Pero a pesar de todos estos inevitables contratiempos, sin duda funestos para ellos, no me esperaba este intento de escape, esta huída de su trágica realidad, este camino tan autodestructivo, esta caída suya en el vicio de la drogas.

Me queda el consuelo de que son conjeturas todavía. Debo de evaluar con detenimiento, investigar los argumentos a favor o en contra que sustenten la posible adicción de mis zapatos, con el objetivo de no precipitarme y tomar decisiones drásticas, de las cuales pudiera arrepentirme en un futuro.

Momentáneamente, como mera precaución he considerado la medida de amarrarlos por las agujetas de los pies de mi cama antes de irme a dormir, para asegurarme de no ver repetido el doloroso espectáculo aquel de mis zapatos bailando al compás de sus delirios en plena mañana. Como dije antes, aún resta mucho por hacer.

Por lo pronto no me queda más que desearles a todos ustedes que pasen unas muy buenas noches. Hasta Mañana.

1 de marzo de 2010


Sospechemos, querida,

de esta misteriosa caja

en cuya tapa está

nítidamente inscrita

en grandes letras

“Inmortalidad”

No nos acerquemos, a pesar

de que la gente proclama las maravillas que encierra

las cuales son demasiado buenas para ignorarlas,

sino sigamos de largo, juntos,

dando un gran rodeo.

Silenciosos. En puntillas.

Aguantando la respiración.

Si la miramos, vamos a querer tocarla.

Y no debemos, porque (algo me lo dice)

aunque lo hagamos con sumo cuidado

si empezamos a manosearla

se abrirá

y saltará la muerte


E. E. Cummings


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No me importa que un poeta como Cummings (uno de mis favoritos, por cierto) sea muy difícil de traducir. Confío en esta versión que encontré de uno de sus poemas, el cual viene en un libro de poesías suyas titulado: "En epoca de lilas : cuarenta y cuatro poemas", traducción de Juan Cueto-Roig.

Y, ¿alguien dijo que estoy obsesionado con el tema de la muerte en estos últimos días?