28 de diciembre de 2008

Paté de Fuá: Música Moderna



No importaba que estuviera de pie por más de una hora, que fuera la tercera ocasión que los veía tocar en menos de un mes. El concierto ofrecido por aquellos músicos, gratuito como la mayoría que ofrecen, era algo nuevo. Si, parecía como si fuera la primera ocasión que los escuchaba; algo distinto había en aquella noche, y sin embargo, eran las mismas canciones, la misma sensación de alegría y de bienestar que uno pocas veces en su vida experimenta en cuestión de música. Aquella tarde-noche en el Museo de la ciudad de México había valido la pena. No pude dejar escapar la oportunidad, ese día compré el disco que ofrecían ahí mismo, en una mesa a la entrada del inmueble, oportunidad que se me había negado las veces anteriores. También fuí de los que esperaron al final del concierto y se acercaron a pedir la firma de los integrantes en el disco y tomarse fotos con ellos.

Fresca, diferente, intensa. Así podría definirse la propuesta musical de Paté de Fuá, grupo para el cual no se está acostumbrado en medio del panorama habitual que las bandas de México ofrecen. Este grupo musical, que inició apenas un par de años, está integrado por tres mexicanos: Luri Molina, Alexis Ruiz y Victor Maradiaga; un chileno: Gabriel Puentes; así como dos argentinos: Guillermo Perata y Yayo González.

Aquellos hombres con aire bohemio, ajenos a los estereotipos suben al escenario, y el espectador que los ve por primera vez, empujado por la inquietud, puede pensar que escuchará algo parecido a rok-pop o una balada. Craso error... por suerte. Desde el primer acorde la sorpresa nace. ¿Qué estamos escuchando? Trata de evocar algún referente pero no puede. A lo mejor el tango, o quizás el jazz. Pero de inmediato, en la siguiente canción la música da un giro inesperado. Un ritmo diferente, la misma interrogante. Sin embargo, a pesar de los cambios todo suena tan bien, como si estuviera en su lugar.

Una mezcla de ritmos y de influencias musicales que no dejan inmune a quien la oye, las cuales van desde dixieland, valses musette, fox-trot, tarantelas y pasos dobles; a la música de Francia e Italia, en la cual está presente siempre el carácter del tango y del jazz tradicional. Una fiesta de instrumentos dísimiles producen todo: acordeón, bandoneón, banjo, cavaquinho, corneta, bombardino, guitarra, contrabajo, batería, trompeta, vibráfono, marimba y voz...

Sonidos que no remiten a ningún lugar pero que a la vez nos hacen sentir en muchos lugares, que dan la sensación de estar en un lugar muy cómodo en el que se ha estado siempre. Paté de Fuá es un grupo cuyas canciones cuentan historias, en las cuales cada acorde está donde debe de estar. Sensacional es escuchar un grupo que debuta con un disco así, en un país en el cual la música es sinónimo de falta de creatividad y donde la palabra "artista" está muy deprestigiada en cuanto a su relación con la palabra "músico".
Música moderna es el título de su primer disco, (un disco que hace honor a su nombre, pues a pesar de remitirnos a la música del pasado nos da cuenta del engaño: lo quie hace Paté de Fuá es algo que nunca se había hecho antes) el cual se compone de 17 canciones, de las cuales resultan memorables para un servidor "El supermercado" (la cual es mi predilecta), "El valsecito de Don Serafín" y la fantástica "Canción del linyera", así como "Muñeca", canción más pedida en cada concierto por sus fans. Música ampliamente recomendada por un servidor, quien espera pacientemente el próximo disco, repitiendo una y otra vez las melodías sin cansarse de escucharlas.
Si les interesa saber más de esta banda les recomiendo visitar las siguientes direcciones: página web de la banda y su myspace.

7 de noviembre de 2008

Síndome de la página blanca: el vértigo de la escritura...



Ya sea desde la simple carta que alguna vez hicimos cuando mocosos para declarar nuestras intenciones a la niña que nos gustaba en la primaria, hasta el ensayo de fin de semestre que debemos entregar y que vale 80% de la calificación de la materia... La labor de escribir es siempre difícil, y puede llevarnos a la frustración y a la impotencia cuando los resultados no son los que se esperaban obtener.

En ciertas ocasiones nos aborda cuando tomamos la pluma y el papel un terrible: "¿y qué escribo?", el cual, cuando no es resuelto rápidamente, bien nos puede llevar al odio por la redacción, por las letras, y en general a todo aquello que tenga que ver con la palabra escrita.

Interpretemos esta pregunta correctamente. No es tanto el qué escribo sino un cómo lo escribo. Tenemos la idea en mente, pero no podemos dar paso a ella de una manera apropiada en el papel. Es como si el lenguaje fuera incapaz de representar nuestros pensamientos, que nos parecen harto complejos e intrincados entre sí.

Quiero pensar que con respecto a un blog la cosa suele ser igual. Si bien muchos aligeran la presión contando un sinnúmero de aventuras y hechos noticiosos y de diversa índole en él (desde sus experiencias en el amor hasta el nuevo cepillo de dientes que salió al mercado y que les ha cambiado la vida, el cual quieren que todos experimenten), no dejamos de enfrentarnos, al menos una vez cada cierto tiempo al llamado "síndrome de la página blanca", esa inmensidad que se nos presenta como el más vertiginoso de los precipicios de la escritura.

Citas textuales aparte, Novalis, seudónimo de Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, uno de los grandes escritores del romanticismo alemán que igual cultivó diversos géneros como la filosofía que la poesía, dijo en uno de sus Fragmentos que "un escritor nunca producirá nada bueno si no sabe tratar sino de sus propias experiencias, de sus objetos preferidos, si no puede esforzarse en estudiar con atención y describir con esmero también un objeto completamente ajeno a él, con el que no le ligue ningún interés personal"

El consejo de Novalis me parece muy interesante, enseñarse a escribir es un acto que debe tender a lo universal, tanto en el microcosmos (nosotros mismos) como en el macrocosmos (el mundo externo), es intentarlo todo, desde la simple escritura de un diario personal en el cual recoger las impresiones cotidianas hasta situaciones más allá de nosotros mismos. Tratar acerca de infinidad de temas y cuestiones, abordar diversas perspectivas y puntos de vista tarde o temprano nos terminará proveyendo de las armas suficientes para afrontar los retos que se nos pongan enfrente.

También pienso que una mente clara trabaja mejor en un escrito. Algunas ocasiones la falta de concentración o el impetú nos ganan, y provocan el caos del mentado síndrome. ¿Cuántas veces no hemos tenido la idea, partes que ya hemos pensado con detenimiento que vamos a escribir pero en el momento de hacernos se nos arremolina todo y nos bloqueamos por completo? Queremos escribirlo todo en un instante, y acabamos bloqueando la puerta de la que deben de ir saliendo las palabras, una a una a su tiempo. Esto es más que nada problema de estructura, que debemos de preveer de antemano haciendo un plan de trabajo: introducir el tema o dar una reseña de lo que se hablará, luego ir desarrollando cada punto por separado, y por último anotar las conclusiones o las impresiones particulares sobre el tema (si las hay).

La ortografía es un problema también. Creemos que lo que escribiremos lo haremos mal, mala sintaxis, mala puntuación, etc. Aunque tengamos a la mano el indispensable diccionario el viacrucis no acaba. Aún permanece la incertidumbre. En este caso, nada mejor que leer, desde el periódico hasta la poesía y las novelas. Esto si que ayuda a formarnos una idea de como poner los acentos y como dar pausas cuando se deba y cuando irnos seguido en el párrafo. El síndrome de la página blanca es más frecuente en las personas que no se relacionan con la escritura, esto es que no están acostumbrados a escribir o a leer.

Este eterno interno los invita a escribirlo todo, a agotar el universo en palabras hasta que nuestra mano quede inerte e inservible. A no tenerle miedo a las palabras, las cuales son un regalo increíble que posee el hombre, el cual no hay que dejar desaprovechar. Echar a perder bastantes cuartillas y hojas, eso sí. Porque entrenarse en la disciplina de la escritura nunca ha sido fácil, ¿o acaso todos nacimos siendo Kafka o Dostoievski?...

27 de abril de 2008

...Tres hechos peculiares inmersos en una semana por lo demás bastante común


En los últimos años de su vida, el filósofo alemán, Martín Heidegger [autor de aquella gran obra que aún hoy sigue siendo imponente: El ser y el tiempo], se dedicó a preguntarse por el papel de la filosofía ante una nueva era que ya se anunciaba como la de la técnica y la tecnología. En una conferencia que después se publicó en un libro [Heidegger, M., ¿Qué es la filosofía?, Barcelona : Herder, 2004], el filósofo mostraba su preocupación por el hecho de que en esta nueva era, en este nuevo tiempo, ya nada nos causaba asombro, sino por el contrario: todo era rutina, aburrimiento y monotonía. Heidegger tenía razón, ahora pocas cosas nos sorprenden. Vivimos aferrados a un estado perceptual que no deja lugar a la sorpresa y a la especulación. Tan es así que un estudiante de filosofía, que se supone debe ir pensando en la naturaleza de las cosas, y preguntas de ese tipo [preguntas que sólo el tiene, y que como la anécdota no probada de Tales de Mileto, pueden llevarlo a caer en un gran agujero], muchas veces cae en la rutina y el tedio. Lo admito, pero deberían de ver el traslado que hago de mi cueva hacía la Facultad, que es cruzar la ciudad más poblada de latinoamérica... En fin, justificaciones aparte, la semana suele ser así, sin muchas emociones. Fuera de las materias universitarias y de la carrera, muy poco es especulación y duda. Pero esta semana fue diferente. Tres hechos me arrojaron a la existencia de lo curioso. El primero de ellos fue el martes, cuando después de la escuela quedé de verme con dos de mis amigos del bachillerato [Imelda y César] en una estación del metro. Como vi que tardaban decidí llamar a Imelda. Cual fue mi sorpresa cuando me explico, carcajeándose de lo lindo, el motivo. Salí a los torniquetes justo a la entrada de la estación. Ahí estaban, César hablando con un policía y con el jefe de la estación. Imelda disimulando su risa. ¿La razón? La siguiente: Al bajar por las escaleras eléctricas en la entrada del metro, mi inteligente amigo César [no lo culpen por esta acción, en verdad, tiene algo de raciocinio] decidió deslizar por la banda de las escaleras su cartera que contenía sus credenciales: dos de la escuela, la del metrobús y la de elector. Cual sería su sorpresa cuando antes de caer torció esta de un lado y cayo por una rendija... hacia dentro, o más bien, bajo los peldaños de la escalera. El diálogo con las "autoridades" del subterráneo no sirvió: no pudieron devolverle la cartera. Ya se imaginaran las carcajadas de Imelda que había presenciado el patético accidente. Mi amigo César sin poder defenderse ante tal tontería, aunque tal vez podría aducir demencia por falta de oxígeno al entrar al metro o un lapsus de idiotez repentina... El segundo hecho [si, hay más] ocurrió el jueves. Al pasar por una avenida de la universidad, de camino de regreso a casa, cerca del metro estación Copilco, escuché un sonido curioso. A medida que caminaba el sonido se hacía más peculiar, pero todavía no atinaba a saber el origen. Por fin lo supe, cuando pasé a un lado del músico. ¿Músico? Si, músico. Era nada menos que un chavo que tocaba la gaita, y la tocaba muy bien. No, es México, no vayan a preguntarme si usaba una falda escocesa y una barba prominente. Era, a decir verdad, un tipo de lo más normal. A no ser por la gaita, claro está. Como mi ingreso per cápita del que disponía en ese momento era más que deficiente [gastos propios de un filósofo], no pude darle una propina por su merecida labor. Porque miren que hacer sonar ese instrumento, sobretodo el aire que debe tenerse. Lo mejor es que aquel curioso suceso, que jamás creí presenciar, además de que me hizo salir de la rutina, me hizo el día muy agradable. El tercer y último hecho [vaya semana!] ocurrió al día siguiente. Esta vez iba llegando a mi facultad, y ya estaba caminando por una avenida del campus, cerca de un área verde, por la Fcaultad de Odontología. De nuevo iba inmerso en mis pensamientos [creo que aduciendo argumentos en contra de la pena de muerte], cuando de pronto una ráfaga me rozó el rostro y se desvaneció tan rápido como apareció. ¿Qué era? Pues un pajarillo pequeño, de esos que hay en cualquier árbol [disculpen mi ignorancia taxonómica y zoológica] , que había pasado volando a unos cuantos milímetros de mi rostro. Por poco y se hubiera estrellado en mi rostro, de no ser por que el tipo le sabía bien a la aeronáutica y porque yo estoy encomendado a una deidad helénica [una poderosa, que goza del favor de Zeus]... Si, tal vez mi vida no sea tan interesante como esas que muchos relatan en otros blogs, pero, a mí me basta. Mira que el asombro y la salida de la rutina no le hacen daño a nadie. Aunque lo admito, la introducción que aduce al buen Heidegger no tuvo nada que ver con lo demás [que fue tornándose en anécdota más que en análisis filosófico], y que la primera curiosidad fue más chusca y patética que sorpresiva... aunque, ¿qué no fue entretenida? A ver como me va esta semana... capaz que me encuentro el fantasma de Octavio Paz rondando en el sanitario de hombres de la facultad... o me uno a una secta al más puro estilo de los Illuminati... Chale...