16 de marzo de 2010

La triste historia de mis zapatos viejos


El día de hoy al despertarme, noté que mis zapatos bailaban sobre el suelo, a un lado de mi cama. A pesar de que permanecí inmóvil contemplando la escena por horas y horas no pude adivinar que era lo que bailaban, si un viejo twist o una cumbia. Aunque después de pensarlo con detenimiento, quizás aquello no era un baile, sino más bien un delirio o una convulsión sufrida por mi calzado.

Probablemente mis zapatos se encontraban hiperactivos a causa de caminar por un campo de amapolas el día de ayer. O quizás sucede que mi pantalón de mezclilla, mi chamarra o incluso el gorro que me pongo por las mañanas al salir de casa son los culpables de todo.

¿La razón? Puede que mientras duermo, a escondidas de mí o cuando me meto a bañar (cuando las dichosas prendas de vestir se quedan a solas) le suministren alguna droga o estupefaciente a mis zapatos, tornándolos en el estado en que mencioné que estaban: fuera de sí, entregados a un furor desbordante, presas de una extraña demencia.

De ser así las cosas no habría otra que sentirme muy decepcionado. Sé que los tiempos son duros, que a falta de dinero hago caminar a mis zapatos más allá de un tiempo de vida para ellos razonable. Que en las últimas fechas han llovido verdaderos diluvios, lo cual redunda en la irremediable sopa de agua y lodo que de mis pobres zapatos termino haciendo. Que debido a mi ajetreado ritmo vida ya casi no tengo tiempo de lavarlos tan seguido en comparación a épocas anteriores.

Pero a pesar de todos estos inevitables contratiempos, sin duda funestos para ellos, no me esperaba este intento de escape, esta huída de su trágica realidad, este camino tan autodestructivo, esta caída suya en el vicio de la drogas.

Me queda el consuelo de que son conjeturas todavía. Debo de evaluar con detenimiento, investigar los argumentos a favor o en contra que sustenten la posible adicción de mis zapatos, con el objetivo de no precipitarme y tomar decisiones drásticas, de las cuales pudiera arrepentirme en un futuro.

Momentáneamente, como mera precaución he considerado la medida de amarrarlos por las agujetas de los pies de mi cama antes de irme a dormir, para asegurarme de no ver repetido el doloroso espectáculo aquel de mis zapatos bailando al compás de sus delirios en plena mañana. Como dije antes, aún resta mucho por hacer.

Por lo pronto no me queda más que desearles a todos ustedes que pasen unas muy buenas noches. Hasta Mañana.

No hay comentarios: