26 de abril de 2010

Mateo Domínguez

"Solamente vengo de paso. No estoy dispuesto a quedarme aquí mucho tiempo. Se entiende, ¿no? Mi lugar es la villa, no esta ciudad, que apenas comprendo. Agradezco la hospitalidad de mi hijo, y de mi nuera, pero es cuestión de tiempo para que me regrese. Por lo mientras me paso algunos días con ellos. Haga de cuenta que estoy de vacaciones, lo cual ya es mucho para un campesino como yo, viudo y que gracias a Dios todavía anda trabajando. Así como me ve de viejo, creería usted que estoy para la tumba. Pero no, no señor.

"Pero mire, ya empezó el partido. Espero que ganen, es un partido decisivo. No aposté a mi equipo, pero aún así sufro mucho cuando pierden. Claro, no ganamos ni perdemos nada en realidad, al final ellos, los jugadores y el entrenador, son a quienes les pagan, y es la misma cantidad de dinero igual pierdan que empaten o ganen. Por eso el ser aficionado es doloroso. Sabe, se sufre mucho.

"¿Y las cosas como le pintan a usted? Bien, supongo.

"¿No? Ah caray, ¿Y eso? Ya veo, comprendo. Pero mire, que no es el único que se las está viendo difícil en estos tiempos. Le comentaba en otra ocasión que mi hijo el mayor está en los Estados Unidos desde hace varios años, ¿se acuerda? Es más, creo que lo llegó a ver una que otra ocasión, cuando chamaco, antes de irse. Si, ese mero, Matías. Pues allá también está difícil la situación, no sólo aquí. Después de todo de allá viene la mentada crisis.

"¡Híjole! ¿Vio eso? ¡Pero si era un gol cantado! Fue una gran atajada del portero del equipo rival, lo reconozco. Si no la desvía ya iríamos arriba en el marcador. Siempre he pensado que el ser portero es uno de los oficios más difíciles que hay. Pero mire, que ya hemos vuelto a hablar de fútbol, usted perdone. Creo que no le gusta mucho esto de los deportes, ¿no?

"¿Si le gustan? Qué bueno. ¿Y a qué equipo le va? No, espere, mejor no me diga. Así sin saberlo está mejor, no vaya ser que luego nos enemistemos. Siempre he pensado que de tres cosas no hay que hablar, porque se crea mucha discusión: ni de política, ni de fútbol ni de religión. Trato de hablar lo menos que puedo de esos tres temas. De cada uno tengo opiniones que bien me pueden costar amistades, por eso es mejor tener la mente ocupada en otras cosas. Como el trabajo.

"Siempre he dicho que el trabajo lo mantiene a uno vivo. En mi caso señor Alfonso, si no trabajo me muero. Si, aunque usted no lo crea. Pienso que el día en que deje de trabajar será el mismo día en que me pele de este mundo. Se lo he dicho a mi mujer. Le he dicho: "Inés, estamos viejos, pero siéntete bien de que a diferencia de otros que nada más se la pasan sentados esperando que venga la muerte, nosotros estamos todavía activos. Ya no de aquí para allá como cuando jovencillos, pero por lo menos activos."

"Porque ya ve usted, no le estoy descubriendo el hilo negro: seguramente lo habrá escuchado por las noticias o contado de mucha gente mucho más culta que yo. Eso de que el mantenerse activo lo mantiene a uno más sano. No le diré que estoy lleno de vigor ni lozano que echo lumbre, pero tampoco estoy tan amolado como otros de mi edad..."


La plática sigue hasta altas horas de la noche. Los dos hombres intercambian opiniones sobre un sinfín de temas que abarcan desde sus concepciones de la vida y del hombre, hasta trivialidades como la presente situación del combinado nacional de fútbol. Al despedirse reafirman su gran simpatía mutua y se expresan un cúmulo de generosidades y buenos deseos. Quedan con la promesa de volverse a ver en las próximas navidades, cuando el señor Mateo vuelva a visitar junto con su esposa a la familia de su hijo.

Sin embargo, como suele suceder tantas veces en igual número de situaciones, el abrazo de navidad entre ambos hombres nunca se sucederá. El señor Mateo Domínguez habrá de fallecer dentro de un par de semanas, una noche mientras duerma, a causa de una falla cardiaca producto de tantos años de esfuerzo y agotamiento.

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