2 de abril de 2010

Fue Semana Santa y solamente salí a ver la exposición de René Magritte...


Así es, y no me arrepiento. Ver algunas de las obras de este magnífico pintor surrealista justifican de manera suficiente una semana de ocio como la que acaba de transcurrir. En vez de quedarse en casa de los tíos o abuelos viendo el acostumbrado maratón de películas de temas religiosos (Rey de Reyes, Los Diez Mandamientos, etc, etc...) o asolearse en las calles de Iztapalapa viendo la enésima edición de la crucifixión del Cristo, el día de ayer me fui a ver al Palacio de Bellas Artes  (bien acompañado claro está por la hermosa señorita H., a la cual le agradezco haber aceptado mi invitación) la exposición temporal titulada "El mundo invisible de René Magritte" que como ya dije presenta la obra de este belga de talla universal.

La verdad es que estaba muy emocionado, ya que en primera Magritte es uno de mis pintores favoritos, desde que conocí su obra hace algunos ayeres (ustedes podrán constatar mi fanatismo: he puesto en mis entradas de este blog varias pinturas de él antes) y en segunda porque me dí cuenta que la oportunidad de ver de cerca sus cuadros era única en la vida, y quizás no vuelva a sucederse nunca. Seamos sinceros, aunque este señor es conocidísimo en la escena artística internacional, nuestro país carece de muchas exposiciones que den la oportunidad de ponernos de cerca a la cultura; en este caso que yo sepa, nunca se habían traído exposiciones de pinturas suyas. Mientras no seamos París o Nueva York, en donde a cada rato lo mejor del arte se toma el tiempo de visitar las galerías y museos, nos toca contentarnos de cuando en cuando con algunas joyas como esta. Me alegro porque al menos de ahora en adelante muchas personas conocerán la obra de este hombre. 

Disfrute mucho la exposición a pesar de que había mucha gente en las salas y se avanzaba muy lento. Vi cuadros que si no es por la exposición nunca hubiera tenido noticia de que existían, ya que según leí las piezas que se exhiben en el Palacio provienen de 34 instituciones distintas de varios países del mundo. Me tomé mi tiempo para verlas, para apreciarlas como debe hacerse con las pinturas y piezas que se exhiben en muestras así; leí la información de cada obra y la que daba algunos detalles sobre generalidades del autor y sus motivos artísticos. 

Pero tengo ganas de volver a la exposición, y no para despejar dudas sobre lo que vi, porque nunca he creído que ante el arte haya certezas y una total comprensión, sino para deleitarme una vez más contemplando con inquietud las pipas, las figuras humanas de rostro oculto, los firmamentos celestes y las vistas al mar que tanto salpican los cuadros del pintor belga. Y voy a leer las obras que hablan sobre él y que no conocía (una de ellas de monsieur Foucault). Lo que no voy a hacer es decir una crítica artística del tema, ya que soy pésimo para hacer reseñas y no conozco mucho sobre arte. Esa tarea se las dejo a los estudiantes de la Escuela Nacional de Artes Plásticas o de Historia del Arte. Lo siento. 

Otra cosa que haré es esta: sugerirles que si quieren enriquecer su cultura general y evitar los motivos tediosos de la temporada de semana santa que todavía no termina (en especial si son mocosos de primaria o secundaria con una semana más de descanso), y eso si viven en la Ciudad de México, vayan a ver la exposición de pinturas de René Magritte que se exhibe de manera temporal en el Palacio de Bellas Artes, y que estará hasta el 11 de julio de este año. Como siempre digo (y para que no haya recriminaciones): vayan y juzguen por ustedes mismos. El arte no muerde. 

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