17 de enero de 2009

Las tortugas también vuelan...


Año 2003. Los EEUU están por invadir Iraq, con la absurda premisa de buscar las armas de destrucción masiva que hay en ese país. El infame y cretino George W. Bush buscará saciarse de petróleo aunque la infamia cueste la vida de miles de personas. La inmensa mayoría serán civiles.

Las tortugas también vuelan (2004), coproducción Irano- iraquí se sitúa en este contexto. En un campamento de refugiados kurdos cerca de la frontera con Turquía subsisten un grupo de niños huérfanos, quienes recolectan minas antipersona a cielo abierto que luego venden para ganar un poco de dinero para sobrevivir, arriesgando su vida por unas cuantas monedas que los ayuden a sobrrevivir a duras penas por lo menos otro día más.

Uno de estos niños, apodado Sr. Satellite de unos 12 o 13 años, es el líder que organiza y protege como puede a los demás, lo más cercano que puede haber a un tutor. Satellite asume un papel que no le corresponde y que no puede llevar.

Los otros pobladores, los adultos apenas si pueden proteger a sus propias familia, imperando un estado de "velar cada uno por su propia persona". Obsesionados por un inminente ataque, los pobladores del campamento están al pendiente de todas las noticias que puedan prevenirlos de un ataque bélico. El punto de irrupción en la cinta se presenta un día en que llegan al campamento Hengov y Agrin, dos chicos de unos 12 años, quienes al parecer también se han quedado huérfanos. Ambos cuidan de un niño estrábico de 2 años llamado Riga. Hengov no tiene brazos, seguramente a causa de un accidente recolectando minas. Misterioso y retraído, tiene la visiones proféticas acerca del futuro inmediato. Agrin es todavía más cerrada que su hermano, su rostro se nos aparece como un cúmulo de desolación y tristeza, el cual parece esconder un secreto que le atormenta y le llena de sufrimiento. Estos tres viven del sustento que el propio Hengov les proporciona (¡todavía!) recogiendo minas al igual que los otros niños.

Satellite conoce a Agrin y rápidamente se enamora de ella, por lo que tratará de acercarse a ella, pero la respuesta ante sus reiterados intentos es siempre la misma: una profunda indiferencia. No pasa mucho para que el secreto se descubra: Riga, el pequeño niño estrábico es producto de una violación cometida años atrás a Agrin por un grupo de soldados en presencia de su hermano. Agrin es una niña que es obligada a ser madre, a madurar antes de tiempo y a deshacerse, al igual que los huérfanos que arriesgan su vida recogiendo minas, aunque de una forma mucho peor. Agrin piensa que su vida ha sido destruida, sólo piensa en terminar de una vez por todas con el dolor y la vergüenza de una vez por todas, a pesar de que su hermano luche constantemente por impedírselo...

Una película valiente, que se atreve a retratar la crudeza de la guerra, haciéndonos vivir en cada uno de los personajes y en su historia la miseria humana que provoca la guerra. Las tortugas... es una película que por su contenido y la forma en que suceden los hechos bien puede parecer muy fuerte a gran parte del público que la ve, quienes no se sentirán cómodos de ver a niños mancos y tullidos a causa de la guerra, gente sumida en la miseria y la incertidumbre; escenas que hablan de la violencia y de las atrocidades sucedidas en un país sin ley y cuya justicia y protección a la vida es practicamente inexistente, producto en buena parte por los intereses de ambición y egoísmo de un imperialismo que basa su poder y subsistencia en la premisa de la mediatización del valor del ser humano.

Una salida fácil y en la que podría caerse con facilidad sería la lástima. Podríamos sentirnos mal durante el tiempo que dura la película y olvidarlo todo en un instante para no sentirnos tan mal con lo que miles de personas viven diariamente del otro lado del mundo. Pero, ¿realmente podremos ignorar los horrores de la guerra sucedidos y que suceden, con sólo apagar el televisor o cerrar el periódico ante las noticias negras? La cinta no apela a la compasión del auditorio, sino a la conciencia. A un despertar de nuestra responsabilidad social y ética en tales situaciones, aun cuando muchos pensemos que no somos parte del problema y que mucho menos podremos ser parte de la solución. Ser concientes de la realidad de nuestro mundo, de nuestros semejantes es el principio para reconocernos en el mundo y para poder actuar de una manera efectiva en un corto plazo. Si primero no nos damos cuenta de lo que se vive en el mundo, ¿cómo podremos después luchar contra lo que está mal y provoca injusticia? He ahí el primer paso al que apela esta interesante película.

Hablamos de una cinta cuyo peso está en la carga emotiva que desarrollan los protagonistas y que se muestra a cada minuto en pantalla, protagonistas que no estamos acostumbrados a mirar en este tipo de temáticas bélicas, pero a fin de cuenta son quienes más sufren y llevan las de perder en todo momento. Los desprotegidos: los niños.

8 de enero de 2009

Aoristo












Majestuoso y sin moverse, tiró a un lado la única arma de la que disponía.

Enfrentó el amanecer con un par de brazos cansados y unas piernas famélicas, agotadas por recorrer todos los desiertos y todos los sueños posibles en los que son capaces de andar todos los hombres de la tierra.

Tocó su nuca y luego sus mejillas. Sintió el rumor seco de algo que se quemaba dentro de él, a punto de salir. Una ebullición, un temblor insólito se presentaba en todo su ser.

Intuía que era cuestión de tiempo, un momento quizás. O tal vez una eternidad. ¿Quién pudiera saberlo? De todas formas parecía que no contaba con una historia, algo anterior a ese momento. Tampoco un presente, porque acaso todo se desvanece apenas se respira. El futuro nunca lo creyó. Lo imaginaba como un capricho de los sabios y de los profetas, de los soñadores dictadores y tiranos, de los idealistas y de los meteorólogos.

Se dio cuenta que esto era algo que estaba pasando y que no había forma alguna de frenarlo. Hubiera sido posible el detener al general con su ejército que destruyó a todo un imperio, el frenar el sueño de aquel ególatra, el conseguir entorpecer la larga marcha de los que recorrieron la estepa. Maldecir aquel mar oceano para que aquellos nunca cruzaran al otro lado.

Todo aquello era posible, aún ahora, que era pasado. Pero en su caso, en él, nada. Todo era una larga espera, atemporal y silenciosa. Pensó en el mar, en el firmamento, en el fuego eterno, en la paradoja del movimiento, en el número, en la vida, en la muerte.

Una suave brisa, un murmullo. Una caricia, el grito de un recién nacido, la última respiración de el agónico, un disparo, el olor de la manzana. De pronto alguien, que hasta ese momento sólo lo estaba pensando, lo pronunció.

Luego, él desapareció.