3 de febrero de 2014

Fin de la tregua






Asciendo por los cabellos aún enmarañados, durmientes, de la ciudad

En el horizonte un sol, también adormilado, se levanta

Y la visión es agua tibia que cae sobre mis ojos en la sucesión de calles

Mientras sus aceras, inquietas, desaparecen.



Hay un legado húmedo y frío que aguarda en cada esquina

Una mujer en continua fuga que solo puede aprisionar su voz

Detiene con su índice delgado y pálido el rinoceronte cargado de ansiedades

Aborda, avanza, elige, descansa, todo lentamente



Y este laberinto de marasmos se despierta
poco a poco, cuando ella suspira

Otra vez una silueta dorada, delicada y frágil ha hecho la hazaña

La urbe milenaria de humo, fuego, polvo, sangre…

Nace para otro ciclo de dominio inmisericorde, después de la breve tregua en que se hallaba sumergida desde anoche.