25 de noviembre de 2009

Ese fracaso...


Renuncio a ser el mismo que aquel que escribe sobre ti en mis sueños. Lenguajes distintos nos llevan a caminos distintos. Manos de un mismo cuerpo sienten en universos completamente distintos. Puede que cuando toco tu piel este haciendo sólo un bosquejo. La obra terminada está allá, en lo inefable de mi sueño de anoche, hecha por un otro que desconozco.

Anhelo concluir tu retrato algún día. Por eso ensayo en cada ocasión que se me presenta, que bien puede ser la última. Te pido, te ruego. Que comprendas estas manos de despierto agotadas por el temblor; esta voz que pareciera apagarse en agónicos clamores; estos ojos de naúfrago, de enfermo, que tratan en vano de asirse a algún trozo de ti como de una isla o de una sanación.
No sabré cuando llegará la descarga, aquel estruendo que todo lo enmudece. Lo único seguro es que pensarte, crearte, será para siempre un acto del todo inconcluso. En medio de este universo de formas e ideas, objetos y sensaciones, tú eres para siempre mi obra inacabada. Trato de agotarte en cada sacudida, en cada cima, en cada abismo pero no lo logro. ¿Será este mi definitivo fracaso?

11 de noviembre de 2009

8 ½


Una tarde cualquiera del mes de abril de este año, llegué al salón de actos de la Facultad de Filosofía y Letras para asistir a la proyección de la película 8 ½ de Federico Fellini. El número de personas que ocupábamos el recinto aquel día, se contaban con los dedos de la mano. De Fellini no conocía mucho. Hasta ese entonces únicamente había visto de él su película para televisión "Los payasos" (I Clowns, 1971) que, eso si, me había gustado mucho. Claro, lo poco que sabía de FeFe me había dado la suficiente curiosidad como para saber más de su obra. Así que cuanto me enteré que exhibirían una película suya en la Facu, no dudé en asistir.

Y debo admitir que desde la primera escena quedé cautivado: la secuencia de un hombre atrapado en su automóvil en mitad del tráfico, a punto de asfixiarse con el monóxido de carbono, logra escapar y echa a volar por sobre los otros autos. La mezcla entre los elementos oníricos y reales, (la secuencia es parte de un sueño) hacen de aquel momento uno de los más geniales de la historia del cine. Claro, es necesario verlo para compartir esa emoción que yo sentí aquella tarde. ¿Qué vi? Lo siguiente:

El protagonista es Guido Anselmi, director de cine de gran fama quien se encuentra “filmando” su más reciente trabajo. Y digo se encuentra “filmando” porque lo que menos hace a lo largo de la película es eso, trabajar en su más reciente película. Da la casualidad de que el pobre Guido atraviesa una crisis no sólo creativa, sino personal y hasta existencial: no tiene ni la más remota idea de cómo sacar adelante su película, la cual ni siquiera ha iniciado el rodaje y para la que ha audicionado a decenas de mujeres para el papel principal sin decidirse a escoger una. No hay un guión, ni una trama ni personajes definidos y su productor se encuentra preocupado. Lo único que lo motiva a seguir financiando este barco a la deriva es el gran prestigio logrado por Guido en anteriores trabajos.

Presionado a cada momento por la prensa, actores, staff, productor y amigos para conocer sobre que tratará su último filme, Guido se refugia en sus recuerdos: evocaciones de mujeres que han ocupado un lugar importante en su vida, los fantasmas de su pasado que son intercalados de manera inteligente y dan a 8 ½ una profundidad asombrosa; iniciando una vertiginosa carrera que parece desembocar en la tragedia.

De la vida de Guido sabemos que fue un conquistador y mujeriego, pero que ahora se encuentra dominado a cada momento por estas mujeres a las cuales es incapaz de amar, pero de las que busca aunque sea un pequeño resquicio para salir avante. Cuando la situación parece insostenible, agobiado por sus amigos, compañeros de trabajo, y por esos fantasmas y recuerdos... Aquí el gran Fellini nos deleita con un final sorpresivo.


La película en sí se encuentra salpicada acá y allá de imágenes poderosas, que incluso podrían calificarse de poéticas. A pesar de parecer la trama muy llana, la de un hombre sumido en una crisis, es la interacción con los otros personajes de parte de Guido hace que la obra se sostenga y alcance niveles genuinos. Como olvidar resaltar a un sublime Marcelo Mastroianni que logra con creces ponerse en los pies del protagónico, haciendo de esta actuación que hace del agobiado Guido Anselmi una de las más fregonas de toda la historia del cine.

Si quieren ver una película que los deje con un gran sabor de boca y con ganas de cuestionarse su propia vida, vean 8 ½ de Fellini. Por si no los contagié del todo de esta película que ya he visto como cinco veces la cual no está de más decir que es de mis favoritas, sólo les comento que es para muchos la obra maestra del que es considerado por muchos el mayor genio de la historia del cine. Quien si no el gran FeFe.

6 de noviembre de 2009

La grandeza de lo pequeño: Antón Chéjov


Se tiende a pensar que el esfuerzo de escribir una novela es mucho mayor al de escribir un cuento ¿Por qué? ¿Por ser más difícil sostener una trama, una serie de personajes y atmósferas a lo largo de cientos de páginas y páginas que hacerlo en unas cuantas hojas? Si nos llevamos por este criterio no nos quedaría más que inferir lo siguiente: que ser novelista tiene más mérito que ser cuentista.

Varios escritores de talla universal desmienten esta creencia. Me remito, por referir sólo algunos, al galo Guy de Maupassant, el argentino Jorge Luis Borges y el ruso Antón Chéjov; los cuales poseen una obra compuesta por decenas de cuentos y pocas o nulas novelas, sin embargo su maestría narrativa reside precisamente en este terreno que supieron dominar o más bien cultivar (si creemos que la literatura es la cosecha de la palabras en el fértil terreno del lenguaje) mejor que nadie: el del cuento.

Estos cuentistas son equiparables en su obra a la de novelistas y ensayistas, desmintiendo a través de su prosa breve esta falsa creencia de que la novela exige más trabajo que el cuento. Su lectura es la reafirmación continua de que la grandeza literaria en muchas ocasiones puede esconderse en la pequeñez de la extensión de sus narraciones.

Chéjov retrata en sus cuentos a personajes de la vida cotidiana de la Rusia de finales del siglo XIX. A pesar de que nos habla de campesinos, funcionarios, médicos y estudiantes, sus cuentos tienen tramas admirables. Ello porque logra meterse en la piel de estas personas, a través de monólogos que no caen en lo tedioso ni en lo inverosímil.

Muchos podrán adolecer en Chéjov al personaje intrépido y heroico, pero en los protagonistas de sus historias no hacen falta estos arquetipos. Los del autor ruso son hombres y mujeres comunes y corrientes, cuyas vidas son desangeladas, hundidas en la pobreza y la tristeza. Incluso la locura. Este es su mérito: personajes de carne y hueso de su tiempo.

Los desenlaces de los cuentos chejovianos son inesperados. A pesar de que su autor es de corte naturalista (corriente literaria que buscaba emular la realidad de la forma más precisa posible), logra terminar sus obras de una forma que no deja inmune al lector. Emociona, inquieta, sorprende. Los cuentos de Chejov son ingeniosos, y con ellos logra sacarnos de nuestro estado de confort.

4 de noviembre de 2009

Tiempo muerto


Desde hace una semana disfruto de lo que ya se veía venir de un tiempo para acá: adiós al trabajo. Si, así de fácil. Se acabaron las jornadas de medio tiempo en el Call center... ¿motivos? Cierre de la empresa. Y yo feliz porque tuve la paciencia necesaria de quedarme hasta el final para recibir la $liquidación$, en lugar de muchos otros ingenuos que se fueron antes (renunciaron) y por ende sólo los finiquitaron (menos Money)...

Lo importante de esta cuestión es que ya puedo gozar de tiempo muerto [muy ad hoc con la temporada], el cual ocupo en la lectura, en la contemplación de buen cine [el de arte, por supuesto] y lo demás en la frívola tarea de ver como gasto mi jugosa $liquidación$... ah, sí, y lo olvidaba: también acudiendo a mis clases de la universidad.

Acaba de pasar el día de muertos, y aunque en estos tiempos contemporáneos la apatía, la crisis económica y la incesante celebración del Halloween merman esta bonita tradición mexicana, me di la oportunidad de hacer algo relacionado con la fecha, acompañando a mi amiga la siempre hermosa señorita H. a la celebración anual de las ofrendas que la comunidad estudiantil monta en “Las Islas”, en Ciudad Universitaria.

En esta ocasión el tema era Edgar Allan Poe, y las “ofrendas” lucían motivos relacionados con la vida y obra de este magnífico escritor americano del siglo XIX, con motivo de que este año se celebra el bicentenario de su natalicio. Y es que se acostumbra el que cada año las ofrendas homenajeen a un personaje destacado en las letras ya fallecido.

Lo curioso es que las ofrendas, debo admitirlo, eran todo menos ofrendas. Muy pocas tenían los elementos propios de una ofrenda: platillos típicos, flores de cempasúchitl, pan de muerto, calaveritas de dulce, sal, papel picado... la mayoría eran representaciones con figuras y escenarios que trataban de emular algunas escenas de los cuentos del maestro Poe.

El esfuerzo por ser el que montara la “ofrenda” más creativa o más espectacular (recuerdo una en que una cuchilla enorme suspendida en el aire amenazaba con caer sobre el vientre un Poe atado a una mesa, y alrededor sólo adornos), hacía que se olvidara los elementos representativos de lo que en verdad es una ofrenda de Día de Muertos. Muchas Escuelas y Facultades, en busca de la originalidad, el ingenio y lo llamativo se hicieron cosas más parecidas a una maqueta de Halloween que una Ofrenda de Día de Muertos.

Y lo que de plano es para olvidar de esa fecha celebración que muchos han incorporado al feriado mexicano (me refiero a esa fatalidad llamada “Noche de brujas”), fue el ver a muchos niños disfrazados de Michael Jackson (alentados, claro está, por sus padres), fenómeno que como lo dijera mi profesor de Seminario optativo de Psicoanálisis, “da para mucho estudio”. En este caso para una entrada propia de blog.