30 de septiembre de 2009

Univers[al]idad

Uno se siente abrumado cuando se está sobre el pasillo de la Facultad. Quizás sea por las numerosas aulas que hay a lo largo del mismo, y cada una tiene una dimensión de unos 15 x 20 metros. No he contado cuantas son, pero calculo que su número es superior a 50, tan sólo en este piso...

Al fondo del pasillo hay una inmensa escalera cuyos pasamanos están labrados de maderas finas, lo cual no deja de desentonar con la atmósfera más bien contemporánea de la Facultad. Esta escalera comunica cada piso del edificio, y enseguida que uno la conoce advierte que es tan distinta a las demás áreas de la Facultad. Más aún: al subir o bajar por sus solemnes escalinatas uno se siente inmerso en otra dimensión.

Pareciera que durante el tiempo que dura el ascenso o descenso, fueran a suceder cosas metafísicas o sobrenaturales sobre los mismos escalones. Una vez recuerdo que cuando niño me imaginé mientras subía uno de los pisos de entre el 23avo al 39avo, que en el piso inmediato me encontraría en la nada. Mi terror fue tan intenso que al instante me detuve, y ya no me atreví a seguir por verdadero pánico de que mis sospechas fueran ciertas.

Esa historia termina de forma patética, y harto penosa: Desde ese momento no me atrevo a subir más allá del piso 23. Cuando alguna asignatura es impartida en alguno de los pisos superiores al 23, simplemente no la tomo o la descarto al instante.

En cuanto a los salones, esos lugares inmensos en los cuales se imparten las áreas del conocimiento humano más nobles, siempre hay un aire impersonal que lo llena todo, lo mismo si se encuentran colmados de estudiantes que si sólo hay unos cuantos repartidos entre los pupitres de su majestuosa superficie.

Es tal la impresión que da la aquella atmósfera, que al salir del aula, al estar todavía frescas las impresiones de exactitud y belleza, eliminados los juicios personales y los sentires propios, que uno piensa encontrarse de frente en los pasillos, lo mismo a un quark, que una supernova; el Ser que el concepto de Logos.

He visto también en mi larga vida de estudiante los crudos efectos que toda esta experiencia provoca en otros: casos graves en los que los estudiantes han sufrido agudos transtornos depresivos y esquizofrénicos. Los comprendo, y doy gracias a la diosa Razón al permanecer aún hoy ileso cuando paso de un lado a otro de la línea, ya que salir de aquella mole la cual es en si misma un Universo a la pequeñez e insignificancia del mundo monótono, es en si una auténtica tragedia.