1988// 120 min. // EEUU
Es inevitable relacionar la profesión del genio musical con la de un final trágico, en donde este "final trágico" se traduce en un suicidio, muerte por sobredosis de alguna droga u alcohol o un accidente automovílistico. El nombre del desdichado es intercambiable, así como el género musical, la época, el país o la edad. Pareciera que la gloria de los ídolos musicales se obtiene, en la mayoría de los casos, a costa de una vida tempestuosa.
Los orígenes se remontan a la juventud de Weber, quien a los dieciséis años compró su primer disco de Chet Baker, titulado "Chet Baker sings and plays with Bud Shank, Russ Freeman & strings" (1955) en una tienda de discos de Pittsburgh y la cual contenía la canción que da nombre al documental, episodio que dio inicio a su gusto por el jazzista.
Posteriormente, Weber conoció a Chet Baker en un club de Nueva York en 1986 y logró convencerlo para hacer una sesión de fotos y un cortometraje de tres minutos, pero después de que el jazzista comezó a abrirse ante Weber durante la convivencia entre ambos, el fotógrafo logró que Chet Baker aceptara participar en la filmación de una película más larga.
En dicho documental se nos presenta la vida de Chet Baker, sus inicios como ícono rebelde en los cincuenta que lo llevaron a la popularidad no solo por su interpretación de un jazz simple, tranquilo y melancólico, sino en buena parte gracias a su atractivo físico y su personalidad, sus posteriores relaciones conflictivas con tres distintas mujeres y finalmente los problemas con el abuso de sustancias.
No obstante, el documental también da cuenta de sus años juveniles, a través de testimonios de músicos amigos suyos, hombres de la industria musical que lo conocieron cuando recién comenzaba su carrera, y finalmente sus propios familiares: hijos, ex-parejas, su madre así como su pareja actual.
La postura de Weber no es la de mostrar un personaje unidimensional, tampoco adoptar un enfoque moralista que separe "lo que estuvo bien" conpra "lo que estuvo mal" en sus acciones, sino que a lo largo del documental se deja hablar a los personajes y al propio Chet con libertad, sin una narración en off que controle o pregunte de acuerdo a un guión preestablecido.
Bruce Webber, y esta es la razón por la cual se embarcó en tal proyecto, nos logra transmitir una fascinación personal, íntima por Chet Baker, pero no una fascinación morbosa o superficial, estilo groupie, sino una verdadera fascinación por la personalidad emanada del físico y la sensibilidad artística del músico.
A lo largo de Let's Get Lost vamos contagiándonos del talante único, irrepetible, plagado `e melancolía y extrañeza de Chet Baker, que a pesar de la vejez nos atrae con su voz, una voz joven y dulce, generando la idea de que música y hombre son una sola cosa, que la historia personal, tan tormentosa y conflictiva del jazzista se refleja en las canciones que vamos escuchando.
Imágenes y sonidos se enlazan con habilidad, y los diálogos pasan a segundo plano. La imagen de un Chet cansado en un estudio de grabación, apenas iluminado por tenues luces o aquella en la cual lo vemos ejecutando su sublime Almost Blue en un club durante una estancia en Francia ante un público desdeñoso, y la progresiva emanación de voz y música, se nos ofrecen no solo como tomas, sino también como momentos de gran valor poético que retratan a la perfección la sensibilidad del artista.
Luminosas son también las formas en que aquellos describen a Chet Baker en sus cualidades artísticas y emocionales, así como las constantes vueltas al pasado mediante las fotografías y videos que muestran a un joven pulcro, galante y atractivo en grabaciones, presentaciones e incluso participaciones en películas haciendo uso de su característica voz.