29 de septiembre de 2011

Ayuda

Doce señoritas del Colegio de Monjas, formando una fila india a la entrada del museo. El sol está pegando fuerte, hace que se impacienten aquellos retoños vestidos con sus faldas largas color negro, sonrisas en flor, cabellos dulcemente recogidos con un broche sobre la cabeza. Platican en voz baja. Son pocas las oportunidades que tienen de salir y divertirse.

"...Ayúdame Señor a inculcarles los valores cristianos a estas señoritas, como hasta ahora lo has hecho...", piensa Sor Inés, vigilándolas a unos pasos de distancia. Curtida en la férrea disciplina femenina, aquella anciana se debate últimamente entre la amargura y un amor cada vez más profundo hacia Dios. Pero la edad no perdona, y en lugares como este es que se da cuenta de las fuerzas perdidas.

"Qué distintas, Señor, las muchachas de hoy a las de mis tiempos. Antes, era muy común la vocación religiosa, era un orgullo en las familias el que sus hijas acariciaran la vida casta y el servicio hacia Dios de por vida. En cambio ahora... ahora se ve a la religión y las escuelas como la nuestra, como los únicos resquicios de la vida capaces de orientar y salvaguardar almas frágiles y confusas como son las niñas en este país."

Era cierto. Los padres de familia, recalcitrantes católicos, o simplemente angustiados hombres y mujeres con la esperanza de sacar adelante a sus hijas, veían en la escuela de monjas la oportunidad para sortear las turbulencias propias de la etapa juvenil de sus hijas.

"Después... Pobres, se extravían por completo. Pero, ¿qué le va uno a hacer?" Contempla el cuadro tan alegre que se desarrolla frente a ella. A pesar de no ser perfecto, pues imagina las dificultades internas de aquellas jovencitas, piensa que esta será la mejor época de sus vidas. Después... quién sabe. A lo mejor llegarán a ser buenas esposas, o buenas profesionistas. Buenas cristianas en todo caso.

Pero, ¿y si no? Las posibilidades se multiplican, atroces combinaciones, cualquiera de ellas capaz de llevarlas a perder su alma. Los padres y las madres, llorando detrás de un féretro, suplicando por la salvación de la niña muerta por una sobredosis, una golpiza de su marido, una enfermedad mortal contraída con un extraño... Cuanto sufrimiento podría evitarse.

"Decirles que busquen bien en su corazón, que sepan lo que quieren. Encontrar esa voz, hermosa, fuerte, invitándolas al único amor verdadero, al amor divino, que lo purifica todo..." Quisiera contagiarlas de ese calor inefable, sentido muchas décadas atrás, cuando recibiera los votos, pero le es imposible.

Las puertas del museo se abren. Las hermanas, compañeras de la órden, forman una valla alrededor de las niñas, hablándoles con claridad: "boleto en la mano señoritas". Una a una, entran en el ámbito oscuro del gran salón, desapareciendo sus voces detrás de los regaños de las profesoras, volviendo una vez más al órden y la disciplina. La hermana Inés pronuncia el amén de una oración, encaminándose, la última de todas, en dirección al recinto, desapareciendo por las puertas de cristal, adivinándose como una diminuta sombra desde fuera.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto bastante mi amigo. Para ser un breve esbozo de reflexión esta bien.