26 de abril de 2011


“¿De dónde vendrán estas naranjas? ¿De dónde?”, se pregunta aquella mujer en los momentos en que se queda sola atendiendo su pequeño puesto de jugos improvisado en mitad de la acera. Se imagina a los recolectores, verdaderos ejércitos de hombres y mujeres que sonríen desde las alturas, entre las hileras interminables de naranjos, cada uno subido en lo más alto de una escalera y con una tinaja de madera en el suelo sobre la que dejan caer una naranja tras otra.

Sabe que las imágenes de este tipo son solamente eso: imágenes, las cuales habrá visto cualquier día en algún anuncio comercial transmitido por televisión; meras invenciones que quedaron almacenadas en su mente, producto de un montaje con actores jóvenes, apuestos y bien vestidos interpretando un papel.

Pero a pesar de la irrealidad de aquellas imágenes, es la única forma en que se le ocurre representarse el origen de las naranjas. “Sea cual sea el lugar de donde provengan –piensa-, es casi seguro que se encuentra más allá de las miles de calles de esta ciudad.” Pasados unos minutos vuelve a trabajar. Sus dedos se llenan de jugo al cortar por la mitad una naranja tras otra, al tiempo que sus pensamientos se vuelven rápidos y confusos. Pensamientos que junto con los de otros miles de habitantes, componen un tejido gris, uniforme, ausente de preguntas y de huertos de naranjos...

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