1 de junio de 2011

En una ocasión los tigres no salieron de su escondite. Pude ver que dormían profundamente. Inmediatamente, impulsado por una emoción incontenible, corrí en dirección a tu caverna. Me olvidé de que las historias antiguas, celosamente guardadas por los ancianos de la tribu, hablan de tretas en las cuales algún animal acecha a que los incautos salgan, olvidado el temor, creyéndose a salvo…

Por fortuna no pasó nada malo. A la mañana siguiente estaba feliz, tanto que al salir de la clínica los empleados se sorprendieron de que esbozara una sonrisa tan real, porque por lo regular siempre salía hostil, como buscando pelea con todo mundo a la menor provocación.

Es caro pagarles a esos sujetos para que me induzcan sueños fantásticos. Más aún lo es el contratar un paquete de onirismos a detalle. Tengo que conformarme con el precio más barato, ese de los sueños aleatorios, que incluyen siete sueños por semana, uno cada noche, y entre los cuales sólo encuentro ensoñaciones hermosas un par de veces si bien me va. Las demás son pesadillas, o solamente épicas que tienen lugar en pasados remotos.

Por ello trato de guardar bien tu rostro en mi mente, que es de las pocas cosas que me evaden del infierno de los días en la oficina. Malaquías se molesta cada vez que le hablo de ti en los descansos. Renuente a este pasatiempo extraño mediante el cual te conozco me dice “Son porquerías amigo. Bien sabes que eso no es real. Y encima vas y gastas tu dinero en esa droga desde hace, ¿qué, seis meses?”

No me importa. Además de hablar de ti por las mañanas, de pensarte de camino al trabajo, hago otras cosas. Ayer en la biblioteca leí sobre costumbres cotidianas de décadas anteriores. No me sorprendí de los divertimentos con los cuales se enajenaban los hombres en aquellos tiempos: partidos de fútbol, charlas cibernéticas, redes sociales primitivas en la red, la televisión… Al contrario todo esto pareció justificarme plenamente, como si la historia siguiera tranquilamente en cada uno de nosotros los habitantes solitarios, agobiados, que caminan entre la prisa y la duda en pleno siglo XXII.

Hoy por la tarde iré como de costumbre a la clínica. El azar puede depararme tu rostro y tu cuerpo otra vez. ¿En cuál de todos los escenarios, en qué tiempo, en qué lugar? Eso no lo sé, acaso es algo sin importancia. Vengo en el túnel, dentro de una cápsula que se desplaza a la velocidad del pensamiento. Las paredes pálidas, los murmullos que se asemejan al hastío, los rostros parcos de mis conciudadanos: todo esto que me rodea no hace más que aumentar mi gozo por las posibilidades reales de soñarte pronto.

1 comentario:

Carloenrique dijo...

Me encantó. No puedo dejar de decir que recordé un poco a Huxley mientras leía, pero digo un poco pues tu cuento sobrepasa con delicadeza y buena aprensión su ficción. Gracias por escribir, leerlo es imprescindible.