14 de febrero de 2009

No más efectos especiales por favor...


Alguna vez un amigo me invitó a ver una película rara, de aquellas que se hacen con poco presupuesto, pero que aún así ganan muchos premios en festivales internacionales alrededor del mundo. Mi amigo estaba extasiado, porque a pesar de que la temporada de verano tenía tiempo que estaba comenzada (y que con ella las películas más esperadas por todos habían llegado a los cines de nuestro país, que no son otras que las de más presupuesto, ¡wow!) no hacía más que esperar aquella otra cinta, ajena al todopoderoso mainstream cinematográfico made in Hollywood, una de esas que nunca anuncian en los espectaculares y en la televisión y que por lo tanto nadie llega a enterarse nunca de su existencia. Bueno, nadie excepto mi buen amigo.
Yo acepté, aunque igual presentía que la cosa no terminaría de buena forma, dada la incompatibilidad de gustos cinematográficos que se había anunciado en la plática de camino al cine al que nos dirigíamos, el cual no llega a tener más de cincuenta espectadores en cada función que proyecta (en fin: cine de esos que proyectan puras películas raras, de esas que a mi amigo, a quien para efectos de practicidad llamaremos “Elías”, le interesan), ya que nos dimos cuenta que mientras que para Elías una producción X era notable y la comentaba con júbilo y emoción, para mí era como si me estuvieran hablando sobre la teoría cuántica y sus implicaciones en la ciencia contemporánea… y viceversa.

Debo confesar que aquella película que vimos me pareció muy aburrida. No había autos volando por los aires, persecuciones de carretera a gran velocidad, ni criaturas espaciales, ni enormes naves extraterrestres… solamente actores declamando diálogos planos, solamente eso que se llama trama.

¿Por qué? ¿Qué no saben esas personas como mi amigo que el cine debe ser espectacular, lleno de ángulos imposibles, de tomas que te levantan del asiento, que te dejan con la boca abierta, con el alma en vilo a cada segundo sin saber cuanto más va a subir nuestra adrenalina en la siguiente escena?

Al salir de la sala de aquella cineteca el debate no se hizo esperar. Mi amigo defendía ese cine que llamaba de contenido. Mientras yo argumentaba a favor del cine gringo, aquel que nos ha regalado joyas tales como Parque Jurásico, Día de la independencia y más recientemente, por citar sólo una clásica: la saga de Rápido y furioso.

Pues nada, que el debate acabó en una aporía. Y en la resolución, anunciada de forma sutil por Elías, de no volverme a invitar a otra función de aquel cine que él llama “independiente”/ “de arte”/ “de autor”, etc., etc.… Que yo era un caso perdido, que por personas como yo era que el país estaba como estaba y cosas así.

Lo siento por él. Pero yo necesito algo que me saque de mi estado de confort. Algo que me aleje de la cotidianeidad, de la linealidad, de lo racional. Dejar atrás la ininteligible atmósfera de la política, de los rollos filosóficos, de la caótica sociedad que se cae a pedazos a nuestro alrededor. En fin: Que mejor que auto recetarse una película con “FX”.

¿Qué no entienden la contradicción en que acabo de incurrir? Pues fácil, redacté mi experiencia de igual forma que el maestro Borges en su fantástico cuento La forma de la espada para que ustedes pudieran seguirme. Que resulta que el tal Elías soy yo.

Me desanima el que las películas que veo anunciadas a cada rato en los cines están repletas de efectos especiales, de tramas con guiones pésimos y totalmente predecibles. Más aún: el que terminemos creyendo que esto, las películas llenas de FX (“Efectos especiales” en el argot siempre abreviacionista de nuestros vecinos del norte), forman parte de nuestra vida.

Que muchos terminan creyendo que una película sin FX no es una película, sino una cosa rara, espectáculo de freaks incomprendidos de nuestra sociedad. En suma: que echo pestes del cine comercial estadounidense.

Ahora si, ustedes que comparten la forma de pensar de mi buen amigo que no quise nombrar, ustedes la gente común y corriente, los habituados al cine de efectos especiales ajenos al mundo incomprendido ese de nosotros los freaks pseudo intelectuales. Anden, vamos: desprécienme.

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