Así mejor nos
quedamos, sin salir de casa. Satisfechos los dos, acostados en la cama el uno
junto al otro. Estando y no estando en la habitación. A veces escuchamos nuestros
latidos del corazón, las manecillas del reloj con su marcha de ciempiés en la
pared, los ruidos de los automóviles que transcurren con pereza por la avenida.
Otras nos alejamos a contemplar las imágenes evanescentes que surcan nuestro
interior, rodeados de la calidez que emana la proximidad del cuerpo del otro. Dormitando…
… De pronto una
corriente de aire frío se cuela por la ventana, sin pedir permiso a las
cortinas azul claro que cubren un poco de esa película luminosa llamada tarde,
avanzando con rapidez hasta donde estamos, posándose en mi costado, amenazando
con ir más allá, directo hacia tus mejillas.
Es en ese
momento que caigo en la cuenta del sentido de la palabra protección: cómo te
cubro del exterior, como si quisiera imitar una casa, aunque estas paredes que
la conforman tiemblen cuando las rozas con tus piernas, aunque por sus
cimientos las recorran cientos de preguntas, y estén sujetas a la misma
contingencia semanal de mis ocupaciones laborales, cuando confuso, malhumorado,
me muevo por los espacios reducidos, llenos de puertas con vistas opacas a
ninguna parte, siempre marcadas por la cronometrada persistencia de la huída…
… Yo creo que mejor
deberíamos levantarnos y salir un rato, para distraernos. Tomar un poco de ese
aire sabatino que llena los parques y plazas públicas de despreocupación, en
vez de permanecer aquí, inmóviles. Vivir como los demás, aunque duela.
Separarnos un momento de nuestro amor indisoluble, a ver qué se siente. Pero no
te preocupes, te tendré cogida de la mano durante todo el camino, no creas que
te soltaré, permanecerás a mi lado. Es más, cuando tú me lo pidas nos regresamos,
no hay ningún problema. Es una cosa que debemos lograr poco a poco,
gradualmente…
… Dejémoslo a la
suerte: águila nos levantamos. Sol, nos quedamos. Pero espera, nada de trucos.
Yo me sé muchos, e igual podría usarlos, pero prefiero que sea la suerte pura,
y no un mero simulacro de mis deseos. Que pase lo que tenga que pasar, que
sufra lo que tenga que sufrir…
… Permanezco sin
hablar un momento, esperando que digas algo. A veces cierro los ojos y estoy a
punto de caer completamente dormido. Pero reacciono a tiempo, vuelvo a jugar
cuidadosamente con tus cabellos, no quiero que te des cuenta. Todo debe ser
espontáneo, nada planeado. Forzarte a una palabra sería imperdonable. He dejado
de creer que un cuerpo en reposo es sinónimo de silencio, está el sonido acompasado
de tu respiración, por ejemplo.
Mentira que me
guste cuando callas, quiero escucharte gritar y reír en alguna cima, apenas
unida a mí por el miedo al vértigo, sostenerte cuando caigas súbitamente y
vuelvas poco a poco a la normalidad, más nunca al silencio completo. Estarás
imaginando lugares, personas, objetos, cosas por hacer; sin atreverte a
soñarlas o a realizarlas. Solo estás aquí, vulnerable, una potencia misteriosa
e incalculable capaz de desatarse en cualquier momento con solo un movimiento.
Mientras tu alma no deja de moverse, ese rostro tuyo, que permanece oculto a mi
vista, es en su delicada sencillez la fantasía de algún artista…
… Canta un pájaro
allá afuera, ¿lo escuchas? ¿Se parece a algún otro canto que recuerdes desde
que vives aquí? No lo creo, cada uno tiene algo de diferente. Estará anunciando
que el día (este día y no otro) muere lentamente, canto fúnebre para ese tiempo
perdido que nunca volverá a manifestarse en el brillo de las hojas de los árboles
y en la figura de ciertas nubes; solemne canto antes de regresar a refugiarse a
su nido en espera del nuevo amanecer. Ven, vamos a besarnos, porque si se da
cuenta que nos fijamos en él puede que se avergüence y deje de cantar…
… Este amor
laberíntico en que hemos entrado en algún momento indeterminado de nuestras
vidas, sin contar con algún hilo de Ariadna para orientarnos; amor construido
con paredes elevadas e impenetrables, que coartan cualquier posibilidad de
hacer trampa, sin poder saber en qué parte estamos, si en su corazón o en
alguna de los extremidades. ¿Habremos de quedarnos aquí dentro para siempre?
Vuelvo a abrir
los ojos: sigues a mi lado. Nada ha cambiado…
… Las sombras a nuestro alrededor anuncian el surgimiento de
un reino que no nos pertenece; somos intrusos a bordo de una cama que navega a
la deriva de la noche, apenas orientados por las luces eléctricas que ya se han
encendido en las casas vecinas, soldados de una resistencia condenada a la derrota,
exiliados, más bien apátridas porque en el orden natural de las cosas no
dormimos ni participamos de la vigilia.
Solo los sonidos
de nuestras tripas irrumpen de repente en la austera calma que gobierna la
habitación. Gruñen y gruñen como una criatura oculta en el fondo de su guarida.
Es un lenguaje real, pero imposible de traducir. Aunque a veces, jugando un
poco al adivino, siento que dicen muchas cosas chistosas.
A lo mejor
también se ríen como nosotros ahora lo hacemos: primero con cautela, luego conscientes
de que nada va a pasarnos si perturbamos la pasividad de esta atmósfera viciada
por las huellas térmicas de nuestra presencia, subimos el tono hasta una
efusividad festiva, incontrolable. Es como si una llamarada comenzara a
agitarse dentro de nosotros…
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