7 de mayo de 2013

Crónica de un interregno


  



Así mejor nos quedamos, sin salir de casa. Satisfechos los dos, acostados en la cama el uno junto al otro. Estando y no estando en la habitación. A veces escuchamos nuestros latidos del corazón, las manecillas del reloj con su marcha de ciempiés en la pared, los ruidos de los automóviles que transcurren con pereza por la avenida. Otras nos alejamos a contemplar las imágenes evanescentes que surcan nuestro interior, rodeados de la calidez que emana la proximidad del cuerpo del otro. Dormitando…



… De pronto una corriente de aire frío se cuela por la ventana, sin pedir permiso a las cortinas azul claro que cubren un poco de esa película luminosa llamada tarde, avanzando con rapidez hasta donde estamos, posándose en mi costado, amenazando con ir más allá, directo hacia tus mejillas.



Es en ese momento que caigo en la cuenta del sentido de la palabra protección: cómo te cubro del exterior, como si quisiera imitar una casa, aunque estas paredes que la conforman tiemblen cuando las rozas con tus piernas, aunque por sus cimientos las recorran cientos de preguntas, y estén sujetas a la misma contingencia semanal de mis ocupaciones laborales, cuando confuso, malhumorado, me muevo por los espacios reducidos, llenos de puertas con vistas opacas a ninguna parte, siempre marcadas por la cronometrada persistencia de la huída…



… Yo creo que mejor deberíamos levantarnos y salir un rato, para distraernos. Tomar un poco de ese aire sabatino que llena los parques y plazas públicas de despreocupación, en vez de permanecer aquí, inmóviles. Vivir como los demás, aunque duela. Separarnos un momento de nuestro amor indisoluble, a ver qué se siente. Pero no te preocupes, te tendré cogida de la mano durante todo el camino, no creas que te soltaré, permanecerás a mi lado. Es más, cuando tú me lo pidas nos regresamos, no hay ningún problema. Es una cosa que debemos lograr poco a poco, gradualmente…



… Dejémoslo a la suerte: águila nos levantamos. Sol, nos quedamos. Pero espera, nada de trucos. Yo me sé muchos, e igual podría usarlos, pero prefiero que sea la suerte pura, y no un mero simulacro de mis deseos. Que pase lo que tenga que pasar, que sufra lo que tenga que sufrir…



… Permanezco sin hablar un momento, esperando que digas algo. A veces cierro los ojos y estoy a punto de caer completamente dormido. Pero reacciono a tiempo, vuelvo a jugar cuidadosamente con tus cabellos, no quiero que te des cuenta. Todo debe ser espontáneo, nada planeado. Forzarte a una palabra sería imperdonable. He dejado de creer que un cuerpo en reposo es sinónimo de silencio, está el sonido acompasado de tu respiración, por ejemplo.



Mentira que me guste cuando callas, quiero escucharte gritar y reír en alguna cima, apenas unida a mí por el miedo al vértigo, sostenerte cuando caigas súbitamente y vuelvas poco a poco a la normalidad, más nunca al silencio completo. Estarás imaginando lugares, personas, objetos, cosas por hacer; sin atreverte a soñarlas o a realizarlas. Solo estás aquí, vulnerable, una potencia misteriosa e incalculable capaz de desatarse en cualquier momento con solo un movimiento. Mientras tu alma no deja de moverse, ese rostro tuyo, que permanece oculto a mi vista, es en su delicada sencillez la fantasía de algún artista…



… Canta un pájaro allá afuera, ¿lo escuchas? ¿Se parece a algún otro canto que recuerdes desde que vives aquí? No lo creo, cada uno tiene algo de diferente. Estará anunciando que el día (este día y no otro) muere lentamente, canto fúnebre para ese tiempo perdido que nunca volverá a manifestarse en el brillo de las hojas de los árboles y en la figura de ciertas nubes; solemne canto antes de regresar a refugiarse a su nido en espera del nuevo amanecer. Ven, vamos a besarnos, porque si se da cuenta que nos fijamos en él puede que se avergüence y deje de cantar…



… Este amor laberíntico en que hemos entrado en algún momento indeterminado de nuestras vidas, sin contar con algún hilo de Ariadna para orientarnos; amor construido con paredes elevadas e impenetrables, que coartan cualquier posibilidad de hacer trampa, sin poder saber en qué parte estamos, si en su corazón o en alguna de los extremidades. ¿Habremos de quedarnos aquí dentro para siempre?

Vuelvo a abrir los ojos: sigues a mi lado. Nada ha cambiado…



… Las sombras  a nuestro alrededor anuncian el surgimiento de un reino que no nos pertenece; somos intrusos a bordo de una cama que navega a la deriva de la noche, apenas orientados por las luces eléctricas que ya se han encendido en las casas vecinas, soldados de una resistencia condenada a la derrota, exiliados, más bien apátridas porque en el orden natural de las cosas no dormimos ni participamos de la vigilia.



Solo los sonidos de nuestras tripas irrumpen de repente en la austera calma que gobierna la habitación. Gruñen y gruñen como una criatura oculta en el fondo de su guarida. Es un lenguaje real, pero imposible de traducir. Aunque a veces, jugando un poco al adivino, siento que dicen muchas cosas chistosas.



A lo mejor también se ríen como nosotros ahora lo hacemos: primero con cautela, luego conscientes de que nada va a pasarnos si perturbamos la pasividad de esta atmósfera viciada por las huellas térmicas de nuestra presencia, subimos el tono hasta una efusividad festiva, incontrolable. Es como si una llamarada comenzara a agitarse dentro de nosotros…



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