1 de mayo de 2015

Donde se aquietan la lluvia amarga y un par de brazos



Trac, trac. Enciende la luz del cuarto de baño, y lo primero que encuentra es su reflejo, señalado en buena parte por unos ojos rojos que se fijan en el cristal empañado como preguntándose acerca de la inclemente madrugada que no parece terminar nunca. Apenas veintiséis años y ya no puede dormir, pensando en la cercanía de las enfermedades, las preocupaciones económicas y las perspectivas laborales que no llenan sus expectativas. Hace calor afuera, más allá del mosquitero presencias ocultas palpitan inquietas a causa de la pantalla de luz, aguardando la invitación para mejor colarse a la ceremonia del insomnio. Los dedos flacos y pálidos parten por la mitad aquel rostro, apareciendo un anaquel repleto de botellas, jabones, frascos y cajas humedecidas. ¿Habrá alguien que gobierne esos movimientos nerviosos o simplemente han cobrado vida propia? No está seguro, pues su cabeza ya había volado siguiendo la hebra que configuran pensamientos difusos, sostenidos apenas por la certeza de una cura, mínimo alivio para destellos de neurosis, picaduras de insectos invisibles habitantes de los rincones del alma. Todo él se expande por la habitación de azulejos floridos, al compás de una cierta respiración, mientras las yemas de los dedos leen etiquetas, rugosas prescripciones, objetos que se estorban en el preciso momento de su inutilidad recobrada, para desvanecerse en una estela de materia informe. Por fin llega a la cajita huraña, escondida tras restos de cotonetes y navajas de rasurar oxidadas. En su interior se agitan dos pastillas milagrosas, que hasta ahora permanecían en su largo sueño aséptico, como gobernando un tiempo desconocedor de vehemencias y palpitaciones. ¡Están aquí!, exclama jubiloso, y por un momento olvida la complejidad en ciernes que lo ha traído dando vuelcos, adelantándose a la pacificación, donde el yo se desvanece y todo se reintegra al mar calmo, fuera de cualquier experiencia, incapaz de percepciones clasificatorias, deseoso de desvanecerse en llamaradas oscuras, olvido y solo olvido de ser- estar. Con las manos quietas vuelve la puerta hecha de espejos, las sinapsis abrazan su recobrado dominio en conciencias claras y duraderas, donde cabeza-torax-miembros reconcilian su frenesí para ser conducto donde naufragará la sustancia activadora del sueño, cual nave cóncava ofrendada a la tormenta para apaciguar la furia de un dios enloquecido. Libación en agua de grifo, vaso de vidrio que se alza para reflejar a su manera los destellos crepusculares de una mente enferma, a punto de apagarse para no más pensar. Mañana persigue formas irregulares en las nubes, porque no hay otra cosa que comer en casa. Hoy, tan solo queda tiempo para dormir.


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