21 de febrero de 2010

Sobrevivir

Mi rostro pegado contra la ventana del metrobús. Yo dormido. Afuera la ciudad que regresa a la normalidad, después de una semana terrible de caos, de furia. Omito los sonidos de fuera. Esta vez sólo escucharé mis pensamientos.

 No tardo en encausar mis divagos. Los temas salen tarde o temprano, sólo es cuestión de esperar. Esperar a que una semilla crezca más rápido que las otras, a un ritmo casi siempre veloz. Listo, ya tengo una raíz, ahora hay que hacer que el tallo crezca. 

 Se asoma por la superficie, decido seguir adelante. Se me ocurre que todos estamos sobreviviendo, mentalmente, físicamente. Sobrevivimos a todo cuanto existe, llámese crisis o maremoto. La cuestión es sobrevivir. Ya lo demás es una cuestión extra. 

 Cada quien decide qué hacer con ese extra. Algunos andamos siempre allá arriba, asomados desde la azotea en una casi perpetua reflexión hacia todo lo que se mueve abajo, en la superficie. Otros se contentan en recorrer las calles y avenidas que pueblan el universo. Eso está bien, de alguna forma todos hacemos ambas cosas. 

 Cuando se tiene asegurado el siguiente minuto se decide en que gastarlo. El problema es precisamente el aseguramiento continuo de ese lapso. De nada valen las escoltas o los poderosos remedios farmacológicos, los amuletos sagrados o las plegarias continuas hacia distintas deidades.

 Pisamos a cada momento terrenos pantanosos, la premisa es divisar bajo nuestros pies la siguiente piedrecilla que nos permita seguir adelante. Sabemos, por otro lado, que algún día ya no habrá más tierra firme en donde pisar. Ese día será el que, dicen muchos, tendremos que echar examen hacia atrás para ver que tal anduvimos. 

 Juzgar, inspeccionar. ¿Acaso importa? Para muchos si, por ello se asegurar de pisar con cuidado, de sobrevivir de manera elegante y honrosa cada jornada. No importa procurarse el pan solamente, importa el cómo procurárnoslo. 

 Para otros la cuestión es más difícil. Dicen otros más, y dicen no sin cierta mirada profética, que conforme pasa el tiempo a nuestra civilización le va importando menos el cómo que el hecho mismo. Después de todo esta es una guerra perpetua contra el universo, en la que estamos muchas ocasiones en franca desventaja. 

 Suelo recordar, relacionado con esto último, aquella vieja historia en la que se les va obsequiando a cada animal un don que le permita sobrevivir  en su andadura por el mundo. Dudo si el nuestro fue uno bueno o si no hubo trampa al momento de la repartición.

 La humilde garra del felino, la agilidad de la liebre, la coraza del armadillo, el veneno del reptil…  ¿qué nos hubiera convenido más? ¿Darnos la caballeresca desventaja frente a los otros animales del globo terráqueo? O dicho de otra forma, ¿qué le convendría más a este planeta? ¿Darnos las blancas o jugar primero ante el homínido destructor?

 Cuestión de apreciaciones. La polémica persiste, ya que mientras para unos somos el centro de todo cuanto existe, cuyo destino y bienestar está más que asegurado en el horizonte del progreso humano; para otros estamos como insomnes, aguardando caer de un momento a otro en la pesadilla, igual que cualquier otra especie.

Despierto en mi asiento, dentro del metrobús. Afuera los autos y edificios me dan la bienvenida con sus rumores vespertinos. Dentro de unos momentos me lanzaré con ellos en una épica cuyo propósito es el de ocupar un espacio, no importa si pequeño o grande. Ya sea de manera activa o intelectiva hay que empezar. Suficiente, es hora de la supervivencia…

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