30 de mayo de 2016

1.




Considerar a la ingenuidad como algo con una finalidad es mero desperdicio. Debe conservar su fondo de pureza inútil, resplandeciente entre el embrollo de contenidos psíquicos que nos conforman hasta el hartazgo. A veces, incluso, no debemos ni siquiera advertir que existe. Saltará cuando, por ejemplo, ante la confidencia ambigua que nos hace un compañero de trabajo, nosotros desconozcamos verdaderamente el fin que persigue con ese acto: si hace mención a una intención clara que sólo entenderá un interlocutor situado plenamente en el contexto o si simplemente se trata de una anécdota que busca contribuir a llenar un espacio de tiempo preciso de cierta conversación trivial. La manifestación de un rostro desprovisto de ideas que tendremos como reacción ante aquellas palabras, nos devolverá a una primigenia cualidad del lenguaje: la de posibilidad infinita. Quitamos los prejuicios y las convicciones personales, que están dadas por nuestras relaciones sociales y afectan el modo en el cual dictamos juicios de valor. Remontamos por el cauce de enlaces para acudir a ese no-lugar donde el lenguaje surge diáfano y cargado de potencias. Sí, sólo se trata de un instante, y puede que regresemos nuevamente de él como si cualquier cosa. Pero el plano propio (por excelencia) de la filosofía, ese curioso pensar sobre el pensar, de la pregunta por el por qué, viene dado por una huida del pueril escenario, donde "he aprendido que el mundo es así, y no puedo cambiarlo", representado hasta en los más mínimos gestos de mi mano cuando sólo creo que estoy alejando una mosca que pasa por mi lugar. No se trata de una abulia del pensamiento, de un estado catatónico ni espiritual. Es sentir plenamente la maraña que nos conforma pero desde otra perspectiva, bocanada de aire fresco capaz de resignificar la trama de la realidad; conciencia de que ante nuestros ojos los trucos, atajos, frustraciones ideológicas de nuestra educación y del inconsciente biológico que nos precede no constriñen nuestra capacidad de crear nuevas alternativas. Si habría que situar en algún espacio a la ingenuidad, sería uno fuera del enajenante molde que utilizamos de manera cotidiana: la búsqueda de útiles, de cosas "x" que nos permitan llegar a "y". Por el contrario, sería una especie de interregno, suspendido entre la causalidad y la intencionalidad, impasse en el que el pensamiento se resiste a ser tratado como mero instrumento y puede mirarse a sí mismo recuperando su capacidad de asombrarse ante lo nuevo.



20 de mayo de 2016

Los últimos días del sitio de Tenochtitlan




Ms. Anónimo de Tlatelolco


Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.

Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos . . .

Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne,
de allí la arrebataban,
en el fuego mismo, la comían.

Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.

Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.

Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado . . .


En Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, introducción, selección y notas de Miguel León-Portillatraducción de textos nahuas por Ángel Ma. Garibay K.



7 de mayo de 2016

El amor no se dice



María Luisa Puga


Los ojos abiertos, redondos de abiertos y todo a la mano. Nariz, frente, boca, tan cerca, tan tuya, tan tú que yo me perdía, me sumía, me negaba a mí misma y no era una entrega. Es absurda la entrega. Es unión, es fusión, es vivir sin mentira ni frases amables, corteses o dulces. O dulces. El amor no se dice. Se hace. Y la cara refleja la vida que sientes y duele y alivia y roza, acaricia o quema o asusta o deslumbra o se apaga, despierta, te acerca, te lleva, te toca, te ocupa y te mueres, al fin, se te muere la idea que tanto querías y creías que eras tú. Y pensar que luego se enciende un cigarrillo. 


 En Las posibilidades del odio (novela).