28 de enero de 2010

Real de Catorce


No comprendía del todo sus canciones cuando comencé a escucharlos al ser todavía  un niño, pero el caso es que las oía constantemente. Porque al grupo Real de Catorce, referente del blues por más de 15 años en México, lo conozco desde niño. Si, desde niño, porque mi tío y mi madre lo escuchaban desde que yo era pequeño. Les hablo de principios de los 90's, hace ya 20 años. De ahí pa'l real, crecí escuchando a Real de Catorce.

Fue años después cuando comencé a definir mis gustos musicales, al principio de la adolescencia, que no dudé ni un momento en escoger, por mi propia voluntad, a Real de Catorce como uno de mis grupos predilectos. Las  razones son las mismas por las cuales sus fanáticos escogen a Real de Catorce como parte fundamental de sus vidas: la personalidad musical tan fuerte que emana del vocalista, José Cruz en cada canción. La combinación elegante, potente de sus letras y de su música. Mi tío y mi madre solo me ayudaron a conocerlo.  

Si hablar de una buena banda de rock en México es difícil, imagínense si hablamos de una buena banda de blues en México... La trayectoria de Real de Catorce es legendaria. Discretos y sin hacer tanto ruido, sus integrantes se erigieron como, ya lo decía, un referente de la música en México. Comenzaron un camino que no existía, allá a finales de los 80's, cuando no había bandas de blues en nuestro país. 

Canciones suyas emblemáticas, la legendaria Azul de su primer disco, Real de Catorce: "Azul, azul. /Y en sus ojos refleja un hilillo de luz, /su vestido perlado de noche, /el cigarro encendido en un beso carnal, /una copa de vino, /una lágrima rota que rueda al final." O que tal La Medicina: "Consígueme esa medicina /que me ayude a vivir, /tengo las manos más frías /que la cruel soledad." Por solo nombrar fragementos de algunas canciones poderosas de su brillante carrera.

Letras que nos hablan de la soledad, de amores que nacen en tabernas lúgubres y que se transforman en poesía apenas los arrebata el tiempo de nosotros. De placeres y dolores, de anhelos y amigos muertos. Todo acompañado con blues que prende y apaga según sea lo que quiera transmitirnos. Por que eso sí, la música de Real de Catorce nos transmite, no nos deja en paz. Nos sigue a donde quiera que vayamos. 

Es también la música del derrotado, del paria, del inadaptado que se reconforta al fuego de un amor momentáneo, que no tiene nada más que su voz, una armónica, un bajo o una guitarra para exorcizar sus demonios. "tu ardiendo en un beso de ginebra/ tendida en el anochecer / horas nuevas, frases incendiadas por algo más que la pasión... /viendo amanecer, oyendo el mismo blues /antigua soledad de bares /y sin emabargo estoy /hiriéndome la voz con finas notas cual puñales /eras tú o era el mal de tenerte en mí /en el fuego del amor se quemó mi porvenir" (Beso de Ginebra, en Contraley)

Para nada es melodramático o cursi una canción de Real de Catorce. El blues es así, es alegre, reconfortante a la vez que triste. El blues es como la vida, con sus altas y sus bajas. Eso si, combinado con una maestría que sólo pocos pueden tener. Real de Catorce por fortuna, lo tenía, de sobra. A través de letras que no le piden nada a la poesía, porque en si sus canciones ya lo son. Y la música, ese blues sublime que también es poesía, poesía musical y poesía hablada se funden en misticismos únicos. 

Tuve la fortuna de asistir hace algunos años a muchos de sus conciertos que celebraban cada aniversario del grupo en el Teatro Mteropolitan, conciertos que se llenaban de conocedores de la buena música. Por desgracia Real de Catorce se desintegró hace un par de años, por pleitos entre los integrantes de la banda y su líder José Cruz, separación que coincide con la esclerosis múltiple, que por desgracia contrae este último. 

Se cerró así una etapa grandiosa en las vidas de muchos de nosotros. Porque a los que tuvimos la suerte de escuchar tocar a Real de Catorce en vivo nos cambio la vida. Experiencias que no se comparan con otras, creánme. O no, mejor no me crean. Escuchen a Real de Catorce y, como les he dicho siempre que les recomiendo una banda, juzguen por sí mismos. 

Mañana, José Cruz da comienzo a su carrera como solista, presentando su disco "Lecciones de Vida" ante un nutrido número de incondicionales que se daran cita en el Teatro Metropolitan para revivir antiguas glorias, haciendo a un lado los problemas de salud que esta enfermedad le ha provocado, y que gracias al apoyo de sus fieles seguidores ha podido sobrellevar. Mañaña José Cruz retoma su poesía, su harmonica y su guitarra para deleite del buen blues. Se abre una nueva etapa en la breve pero intensa historia del blues mexicano.



27 de enero de 2010

Perdido


Estoy perdido en este laberinto de calles cuyo nombre desconozco. El tiempo apremia: si no llego antes de las tres a tu casa, siento que te perderé para siempre. Me dan varias indicaciones los tenderos, los vecinos, los trabajadores de los pocos negocios que se hallan abiertos el día de hoy.

No sirve de nada. Todo se contradice, se superpone e incluso se repite sin ser verdad. Pareciera una de esas pesadillas tuyas, que me contabas con voz pasmosa, aquellas noches cuando dormías en mi casa pero te despertabas de improviso en la madrugada, sudando y gritando a un lado mío.

 Luego volviste a tu vieja residencia, esta que ahora no encuentro. Lo hiciste, según recuerdo, para no perderla. Y esos trámites burocráticos, esas frustraciones tuyas largamente vividas que no quiero recordar las tuviste en estos últimos meses. Al fin me anunciaste, que contra viento y marea, habías divisado tierra firme. “La casa ya es mía, puedes venir a verme”.

Y yo me emocioné, pensando en dormir en tu casa, coronando así largos sufrimientos mutuos. El tuyo tan directo, auténtico. El mío causa del tuyo, por lo tanto interpretado. Pensé en amanecer en tu habitación, que según me constaste era muy pequeña pero cuya luz que entraba por la ventana era suficiente para justificar nuestra presencia.

Pero ahora, desesperado, porque no encuentro la dirección precisada, porque no contestas el teléfono y porque tu amiga no me quiso decir nada (solo acusa que estás enojada, que me has dado una especie de ultimátum), estoy a punto de rasgarme las vestiduras y gritar en mitad de alguna de estas aceras desconocidas. 

¿Dónde encontrarte? ¿Dónde está la calle en que vives? ¿Por qué esta pesadilla absurda en la que me encuentro perdido? Una sola estrategia desesperada, impulsiva acierto a emprender. Gritar tu nombre mientras corro por cada cuadra cercana, deseando que en alguna de ella me escuches y me reconozcas. “¡Esperanza!, ¡Esperanza!”, escupo tu nombre al viento pero nadie me responde. 

21 de enero de 2010

A m'arcòrd di Fefe

(20 de enero de 1920 – 31 de octubre de 1993)

"No hay fin. No hay principio. Hay sólamente la infinita pasión de la vida."

Había una vez un hombre que soñó en nombre de todos nosotros, que se atrevió a gritar de que estaban hechas nuestras vidas, nuestras ilusiones, nuestros deseos ,nuestras tragedias, victorias, y nuestros miedos. Ese grito armonioso, bello y profundo, circula en viva voz de sus películas. Hablo de aquel que ayer cumplió 90 años de nacimiento. De Federico Fellini, el querido "Fefe". 

"No voy a demostrar nada, voy a mostrarlo", dijo una ocasión. Y vaya que mostró todo lo que tenía que mostrar. Mostrar sin tapujos sus propios recuerdos, los más profundos, los más nostálgicos, que aunque muy suyos en el fondo eran comunes a todos nosotros.

Para ello se valió de la mejor forma posible, la que usan los genios y los visionarios: creó una nueva forma de narrar este universo. Las vidas de sus personajes, el ambiente, sus historias. Todo ya estaba antes de que él llegará. Su logro es haber presentado de forma magistral lo más importante, lo más profundo de eso que ya existía. 

Noventa años han pasado desde el inicio de eso, del "yo recuerdo", del "No tener nada que decir", de caminar por una "strada", de esta "dolce vita", de estos "espíritus". Sirva esta breve entrada como un humilde agradecimiento personal al maestro de maestros del cine no solo italiano, sino del cine mundial. 


 



19 de enero de 2010

La estatua

Aquel sujeto vivía en uno de los pequeños departamentos de nuestro edificio. Todas las tardes, sin falta, salía de su casa para dirigirse con paso firme y muy lentamente al mismo lugar. Los chiquillos que jugaban en el patio lo veían desde lejos, y en ese instante, cual hienas que divisan a su presa en la llanura, corrían hacía él.

La persecución terminaba en la banca del parque. Era curioso ver al habitual corro en torno al hombre, el cual permanecía en silencio e imperturbable. Cualquiera diría que se ubicaba en un plano distinto al de sus perseguidores, cual un fantasma.Más que reflexivo, aquel tipo entrado en sus cuarenta, robusto, alto, con aspecto sucio, descuidado, se mantenía enajenado con respecto a todo lo que le rodeaba, la mirada perdida mientras su cuerpo quedaba inmóvil, ahí, sentado en la banca de uno de tantos parques que existen en la ciudad. 

Una vez ocupado su habitual espacio, la turba de chiquillos que lo seguían entraba en acción. Se acercaban con prudencia en un principio. Uno lo tocaba con una rama en la espalda, otro más, jugaba con sus zapatos, mientras que el hombre no daba muestras de vida. Calado el terreno que pisaban, y ante la negativa del hombre por reaccionar ante las travesuras, los niños desataban a continuación su frenesí. Comenzaban a jugar con él, le agarraban los brazos y los movían en el aire, como si fuese un espantapájaros.

 Otros tomaban su saco y  llenaban de tierra y lodo, unos más  lo jalaban desde la punta de su corbata. Otro niño, sin duda el líder de aquellos micos juguetones, se trepaba en su espalda, se afianzaba jugando al caballito. Mientras tanto el sujeto aquel no hacía nada, se dejaba hacer a voluntad de sus abusadores. Así durante un lapso de tiempo penoso aquel sujeto se convertía en un muñeco de trapo, en un despojo que hacía las veces de una muñeca.  

Pasados unos minutos, una vez cansados de los juegos,  los niños se alejaban en tropel, tal y como habían venido: gritando y saltando. Lo que había quedado del hombre aquel, zarandeado, embadurnado de polvo y tierra, despeinado permanecía unos minutos más. Acto seguido se erguía, regresaba a su departamento. 

Supe después, por oídos de mis vecinos, que para navidades y días de reyes sus hijos (los sucios bribones que molestaban a aquel hombre), habían pedido todos el mismo regalo. Sorprendidos, en tono de burla, sin saber los motivos de aquella extrañe petición que todos los niños tenían en común, repetían una y otra vez:

“Estos niños de ahora. Hay que verlos. Quien sabe de donde sacan estas ideas. Una estatua, quieren una estatua.”

Nunca pude comprender que horribles tormentos, que aflicciones habían moldeado la insoportable pasividad en la que se sumía el hombre que se abandonaba al extremo insólito de volverse una estatua. Volví a saber de él dos meses después, cuando al pasar por fuera de su departamento, supe de boca de la portera la noticia de que había muerto.

8 de enero de 2010

Algo sobre ese río que llamamos tiempo...

Tiempo. Siempre el tiempo. Rio sobre el cual navegamos, del cual no podemos escapar. Aunque el caudal y su curso resultan (en teoría) infinitos e indómitos, nosotros sólo podemos (en la práctica) disponer de un poco de él, lo suficiente como para llenar un insignificante cantaro. El tiempo que todo lo abarca, en donde todo es cierto a la vez que inefable. El tiempo como una luz que, si pudiésemos apreciarla en su plenitud, seguramente podría cegarnos.

Otra vez el año comienza para nuestra civilización. Otro trago más de aquel cántaro que habrá de agotarse por completo. Echamos las campanas al vuelo, felices por celebrar uno año más. Se hacen listas de propósitos, se dejan relucientes las fuerzas de voluntad como si fueran nuevas, planeamos un sinnúmero de cambios que incluyen enterrar el mal sabor de boca que nos dejó el año anterior.

Poco antes de esta celebración, la mayoría de las personas pasa revista al año transcurrido, igual que se hace el inventario de una oficina o se pasa lista a la cuadrilla del regimiento militar. La única intención, creo, es la morbosidad de ver que tan inteligentes o estúpidos fuímos a lo largo de esos trescientos sesenta y cinco intentos por encontrar (o mantener, según sea el caso) la felicidad.

Traen a su memoria tragedias, fracasos, victorias y placeres ya vividos. Algunos constatan, no sin profundos lamentos, que la historia sigue siendo la misma. Que esa listita con propósitos materialistas y espirituales por igual, no se cumplió como se debía. Sigue uno demasiado gordo, demasiado vicioso, demasiado pobre, demasiado mediocre...

"Pero este año no, esta vez si cambiaré", se dicen con renovadas esperanzas, dispuestos a todo con tal de hallarse vanidosos al final del año frente a los pobres diablos que no habrán podido cumplir sus propósitos. Gastaran en equipos deportivos que los ayuden a ponerse en forma, en costosos tratamientos para dejar de fumar, se inscribiran en cursos para aprender inglés y superarse profesionalmente...

Afuera de ellos este girar interminable, este vals cósmico que se ha repetido millones de años. Enormes estrellas que estallan y mueren por todo el universo, nebulosas que se condensan para formar nuevas galaxias, generaciones infinitas de insectos que nacen y mueren por todos los rincones de la tierra...

También alguien que escribe un par de párrafos que mañana serán olvidados, sepultados en el fondo del lecho de este río que deviene majestuoso. En fin, el tiempo que viene y que se va.