7 de noviembre de 2008

Síndome de la página blanca: el vértigo de la escritura...



Ya sea desde la simple carta que alguna vez hicimos cuando mocosos para declarar nuestras intenciones a la niña que nos gustaba en la primaria, hasta el ensayo de fin de semestre que debemos entregar y que vale 80% de la calificación de la materia... La labor de escribir es siempre difícil, y puede llevarnos a la frustración y a la impotencia cuando los resultados no son los que se esperaban obtener.

En ciertas ocasiones nos aborda cuando tomamos la pluma y el papel un terrible: "¿y qué escribo?", el cual, cuando no es resuelto rápidamente, bien nos puede llevar al odio por la redacción, por las letras, y en general a todo aquello que tenga que ver con la palabra escrita.

Interpretemos esta pregunta correctamente. No es tanto el qué escribo sino un cómo lo escribo. Tenemos la idea en mente, pero no podemos dar paso a ella de una manera apropiada en el papel. Es como si el lenguaje fuera incapaz de representar nuestros pensamientos, que nos parecen harto complejos e intrincados entre sí.

Quiero pensar que con respecto a un blog la cosa suele ser igual. Si bien muchos aligeran la presión contando un sinnúmero de aventuras y hechos noticiosos y de diversa índole en él (desde sus experiencias en el amor hasta el nuevo cepillo de dientes que salió al mercado y que les ha cambiado la vida, el cual quieren que todos experimenten), no dejamos de enfrentarnos, al menos una vez cada cierto tiempo al llamado "síndrome de la página blanca", esa inmensidad que se nos presenta como el más vertiginoso de los precipicios de la escritura.

Citas textuales aparte, Novalis, seudónimo de Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, uno de los grandes escritores del romanticismo alemán que igual cultivó diversos géneros como la filosofía que la poesía, dijo en uno de sus Fragmentos que "un escritor nunca producirá nada bueno si no sabe tratar sino de sus propias experiencias, de sus objetos preferidos, si no puede esforzarse en estudiar con atención y describir con esmero también un objeto completamente ajeno a él, con el que no le ligue ningún interés personal"

El consejo de Novalis me parece muy interesante, enseñarse a escribir es un acto que debe tender a lo universal, tanto en el microcosmos (nosotros mismos) como en el macrocosmos (el mundo externo), es intentarlo todo, desde la simple escritura de un diario personal en el cual recoger las impresiones cotidianas hasta situaciones más allá de nosotros mismos. Tratar acerca de infinidad de temas y cuestiones, abordar diversas perspectivas y puntos de vista tarde o temprano nos terminará proveyendo de las armas suficientes para afrontar los retos que se nos pongan enfrente.

También pienso que una mente clara trabaja mejor en un escrito. Algunas ocasiones la falta de concentración o el impetú nos ganan, y provocan el caos del mentado síndrome. ¿Cuántas veces no hemos tenido la idea, partes que ya hemos pensado con detenimiento que vamos a escribir pero en el momento de hacernos se nos arremolina todo y nos bloqueamos por completo? Queremos escribirlo todo en un instante, y acabamos bloqueando la puerta de la que deben de ir saliendo las palabras, una a una a su tiempo. Esto es más que nada problema de estructura, que debemos de preveer de antemano haciendo un plan de trabajo: introducir el tema o dar una reseña de lo que se hablará, luego ir desarrollando cada punto por separado, y por último anotar las conclusiones o las impresiones particulares sobre el tema (si las hay).

La ortografía es un problema también. Creemos que lo que escribiremos lo haremos mal, mala sintaxis, mala puntuación, etc. Aunque tengamos a la mano el indispensable diccionario el viacrucis no acaba. Aún permanece la incertidumbre. En este caso, nada mejor que leer, desde el periódico hasta la poesía y las novelas. Esto si que ayuda a formarnos una idea de como poner los acentos y como dar pausas cuando se deba y cuando irnos seguido en el párrafo. El síndrome de la página blanca es más frecuente en las personas que no se relacionan con la escritura, esto es que no están acostumbrados a escribir o a leer.

Este eterno interno los invita a escribirlo todo, a agotar el universo en palabras hasta que nuestra mano quede inerte e inservible. A no tenerle miedo a las palabras, las cuales son un regalo increíble que posee el hombre, el cual no hay que dejar desaprovechar. Echar a perder bastantes cuartillas y hojas, eso sí. Porque entrenarse en la disciplina de la escritura nunca ha sido fácil, ¿o acaso todos nacimos siendo Kafka o Dostoievski?...